lunes, 7 de abril de 2025

RETO 2


 Escribir un cuento con las palabras policía, enfermera mensajero.

El género es libre, así como el número de personajes.

Reto adicional:

La escena o historia puede transcurrir en un lugar cualquiera de una gran urbe.  

El número máximo de palabras es de 1000

🗓 Fecha límite de entrega: 28 de abril.  

¡Manos a la obra! El mundo necesita tus palabras.  

envía tu texto a:

cristobaleh@hotmail.com


CRISIS

 Los Ramírez tenían una hija que soñaba con seguir los pasos de su madre y apuntarse, de mayor, en la misma escuela de enfermería; pero pronto se dieron cuenta en casa de que la niña nunca podría ser una buena enfermera: no es que le diera miedo la sangre o alguna herida infectada, más bien parecía sentir asco. Era obvio que no tenía paciencia incluso cuando jugaba con sus primos y todos “caían en cama víctimas de alguna epidemia desconocida”. Al oírlos jugar, su mamá le decía: “Ay, Bertita, si fuera de verdad ya todos se te hubieran muerto; no, hija, no les grites ni te enojes, una enfermera debe ser más humilde y servicial”.

Ella no quería ser humilde ni servir a nadie, lo que deseaba era destacar. Y ya lo hacía en casa, donde su madre siempre acababa cediendo en lo posible y su padre prefería desaparecer cada vez que a su única hija se le ocurría pedir algún imposible.

Así fue creciendo. A los diecisiete años se le había pasado por completo el amor por la enfermería, pero seguía sintiéndose atraída por los uniformes. Un día, sin avisar a nadie, decidió asistir a un curso de orientación vocacional que organizaba la policía de la ciudad. Allí les informaron que cualquier ciudadano con estudios de bachillerato podía presentar su solicitud, siempre y cuando cumpliera con los demás requisitos exigidos, entonces se enteró de que su estatura no llegaba al mínimo indispensable para aspirar a formarse como mujer policía.

El drama en casa fue inmenso, su madre intentó consolarla, le dijo que aún tenía tiempo, incluso para crecer algunos centímetros, y si no fuera así, pues había otras profesiones. Por su parte, el señor Ramírez, soportó sus berridos una hora y finalmente dijo que tenía que hacer un viaje de negocios urgente, que lo esperaban esa misma noche en Saltillo y también tenía que visitar las sucursales de Monterrey, Matamoros y Tepic, que seguramente estaría fuera unos diez días.

A su regreso la familia lo recibió con la sorpresa de que Berta había abandonado los estudios y estaba en un retiro espiritual pensando seriamente en seguir los pasos de alguna ilustre misionera. El señor Ramírez no pudo ocultar la contrariedad que sentía, ya que a su hija le faltaba solo un semestre para acabar el bachillerato, incluso estuvo tentado de emprender otro viaje, pero decidió esperar a que volviera su hija, “alias madre Teresa”, y prometió que se haría devoto del santo que le hiciera el milagro de apaciguarla.

No fue un santo, fue un simple mensajero al que ella conoció en la comunidad donde se había organizado el retiro espiritual de ese año. El muchacho se llamaba Agustín, era de familia humilde y trabajaba en una empresa de mensajería, una de esas de nombre internacional; el empleo le permitía ayudar un poco a sus padres y hermanos y pagarse los estudios. Estudiaba para Químico Farmacéutico en un instituto de la ciudad y había logrado convencer a Berta de que no era justo que desaprovechara la oportunidad que tenía: después de terminar el bachillerato, le había dicho, podría escoger entre muchas carreras técnicas bastante cortas, si no tenía ganas de matarse estudiando.

De lo que Berta tenía ganas era de convertirse en alguien que sobresaliera en su ámbito, pero no se lo dijo a Agustín, tal vez por miedo a que reaccionara como su padre. Agustín fue su novio y su gurú durante esos meses, pero el día de su graduación no pudo acompañarla porque tenía que trabajar y ella sintió que en realidad no era tan importante para él.

 

Ya hace un año que Berta trabaja en una fábrica de automóviles. Maneja un pequeño autobús en el que transporta a los ejecutivos de la empresa, casi todos extranjeros. Bertita, como ellos la llaman, destaca por su impecabilidad en el vestir y sus buenos modales. A sus padres los ve muy poco.

HG


En una fiesta

El antro estaba lleno de gente. Dos pisos de puros vampiros, héroes de Marvel, monjas disolutas y brujas de toda clase. Sofía miró a su alrededor y vio a Toño llamándola con la mano. A duras penas logró abrirse paso entre las personas que bailaban alegremente. Se acercó a la barra y saludó a sus amigos.

—No es muy original —comentó el hombre, mirando a Sofía de arriba abajo.

            Ella se encogió de hombros. Toño estaba vestido con un traje de marinero americano; Anita y Fred pretendían ser Harley Quinn y el Joker.

Sofía se alisó el uniforme verde, se ajustó la placa médica en el pecho y se puso la cofia de enfermera.

—Acabo de salir de mi turno, así que no tuve tiempo de cambiarme… ¿Qué vamos a tomar? —preguntó la muchacha para desviar la conversación.

Los amigos pidieron cuatro mojitos, chocaron sus vasos ruidosamente para celebrar el encuentro y bebieron varios tragos grandes.

Un par de minutos después, un tipo desconocido se acercó al grupo. Sonrió ampliamente y, diciendo “para la enfermerita más linda de este bar”, le entregó a Sofía un trozo de papel.

—¿Qué es esto? —preguntó la chica con tono de disgusto.

—¡No maten al mensajero! —se rio el tipo levantando las manos—. Esto es de mi amigo, ahí está...

Ella miró en la dirección que señalaba el mensajero. Allí, con los pies separados al ancho de los hombros y las manos en las caderas, estaba un joven de baja estatura vestido con un traje de policía. Al ver que Sofía lo miraba, bajó sus lentes hasta la punta de la nariz, acarició la pistola falsa que colgaba en su cintura y le lanzó una mirada borracha.

—Lo que me faltaba —suspiró Sofía.

Desdobló el papel y leyó el mensaje garabateado: “Apenas te vi, mi corazón se paró un par de segundos, la cabeza me dio vueltas, me flaquearon las piernas y casi perdí el conocimiento. ¿Crees en el amor a primera vista? Yo sí, después de encontrarte…”.

Sin pensarlo dos veces, Sofía sacó un bolígrafo de su bolsa y, apoyándose en la barra, escribió una respuesta: “Joven, me temo que ha descrito los síntomas de una arritmia. Le aconsejo que consulte a un cardiólogo lo antes posible y que también se haga un electrocardiograma, una ecografía y una ecocardiografía. Los problemas cardíacos no son broma”.

La muchacha le pasó la respuesta al mensajero y acabó su mojito de una vez. Luego pidió el otro.

                                                                        María


La entrega fallida

El mensajero llegó al sitio que le habían indicado. No encontró a la persona que debía recibirlo y, desconcertado miró a los lados, tocó de nuevo el timbre del anticuario y esperó nervioso. “No te preocupes, mano—le había dicho Arturo—, ese guey, El Harry, es buena onda, cuando llegues ya estará esperándote y te pedirá el sobre, revisará el contenido, sacará un billete de cien, te lo dará con una sonrisa y se meterá de nuevo a su tienda”.  Lo importante era no desesperarse, pues las personas no son máquinas ni relojes. Tal vez Harry estaría ocupado, o en el baño, o atendiendo una llamada.

Pasaron cinco minutos, le había dado tiempo de ver la decoración de la fachada que tenía un nombre con letras doradas y una pequeña estatua de un dios egipcio con cuerpo de hombre y cabeza de halcón. La puerta de madera era muy gruesa y estaba un poco vieja. De pie y con el sobre en las manos se sentía desamparado. La gente pasaba a su lado y tuvo que pararse junto a su bicicleta para evitar que lo empujaran o le echaran miradas de pistola por estorbar.

De pronto le surgió la duda. “¿Y si no sale?”—se dijo con temor—. Una voz en su interior le dijo que no había por qué preocuparse, que ya saldría y le daría los cien verdes, que podría comprarle un regalo a Paquita y la podría invitar a tomar un café y después…, bueno, después ya se vería más claro. Cogió su buscapersonas y miró si había algún mensaje. No había nada. Por un instante se sintió suspendido en un espacio desconocido en el que la realidad era una ilusión y se distorsionaban las cosas. Esa alteración cuántico física o físico cuántica lo condujo de nuevo a la puerta. Esta vez no tocó el timbre, sino que empujó con fuerza. Para su asombro cedió. Se abrió de par en par, entonces miró con curiosidad y sus pasos lo condujeron al interior. Estaba oscuro un poco. Decidió seguir hasta lo que parecía un despacho. Preguntó si había alguien, pero solo le respondió el silencio.

¡Qué raro! —se dijo a sí mismo mirando con curiosidad—. Son las once de la mañana. Ya debería haber alguien aquí. Pero aquí hay más barullo que en una catacumba. Se oyeron unos pasos detrás. Se volvió y se encontró con un policía que le apuntaba amenazándolo.

—¿Qué hace aquí? !Arriba las manos!

—¡No dispare, por favor!!Solo he venido a dejar este sobre! —dijo agitando el sobre amarillo que sostenía con la mano izquierda.

El oficial, acompañado de un detective le indicó que no se moviera de donde estaba. El obedeció. Abrieron una puerta y salió un olor muy desagradable, intenso y putrefacto. De pronto, se le nubló la vista y perdió el conocimiento. Despertó en un hospital. Recuperó la conciencia y empezó a buscar el sobre amarillo, pero no estaba. Al lado una enfermera lo miraba con atención.

—¿Dónde estoy?

—No se preocupe. Lo han traído hace una hora y le hemos administrado un calmante.

—Pero, ¿qué ha pasado? ¿qué me sucedió?

—No lo sé, se lo juro. No puedo decirle nada porque cuando empezó mi turno usted ya estaba aquí.

En unas horas lo dieron de alta y regresó a la oficina de reparto de paquetería para ver si debía hacer alguna entrega más. Lo recibió Arturo con una sonrisa.

—Orales, mi chavo, ¿qué te pasó, mi buen?

—La neta no lo sé, guey. La verdad, me desconecté allí en la tienda de antigüedades y luego aparecí en un hospital.

No había entregas pendientes y el jefe le dijo que se fuera a descansar, que podía regresar al día siguiente si se sentía con fuerzas para trabajar.

Eran las seis de la tarde cuando llegó a su casa. Se preparó unos huevos con salchichas y frijoles. Comió con avidez y al terminarse el café lo comenzaron a asaltar las preguntas. Era como si después del desmayo la distancia entre su yo interno y él, se hubiera agrandado mucho. Su voz le sonaba menos grave, era menos vibrante y las palabras no se entendían muy bien. “¿Qué me está pasando? ¿Qué carajos pasó en ese maldito anticuario? Ni me dieron la lana, perdí el sobre y me desmayé como un marica.

Con bastante dificultad concilió el sueño y al día siguiente se despertó tarde. Se duchó y decidió ir a ver a Paquita. Sabía que no la podría invitar el fin de semana a cenar a algún sitio por los desvanecidos cien dólares. ”Me lleva la chingada…Sí me hubieran dado la lana habría podido invitarla a cenar y luego la habría convencido, estoy seguro que habría aceptado, pero y ¿ahora qué? Pues, apechugar, mi cuate”.

Llegó a la cafetería en la que trabajaba Francisca. Ella estaba atendiendo una mesa cuando el entró. Sus ojos se centraron sin querer en sus caderas y suspiró. Tomó asiento en una de las mesas de la entrada. Unos minutos después ella le preguntó si ya se había enterado de lo del Harry Rich.

—Pues, la verdad, no sé nada. No he oído las noticias desde ayer.

—Pues, no lo vas a creer, pero ese presentador que ya lo ves tan sonriente y amable en sus programas, resultó ser un criminal. Mira, ya van a empezar las noticias. ¡Ojo!

Francisca le dio la espalda, él solo la miró ilusionado, pero luego levantó la mirada y vio a la presentadora de la cadena CNN. Mostraron el anticuario con su dios egipcio y su puerta vieja, luego un reportero comenzó a dar los pormenores de los asesinatos que se habían perpetrado en ese local.

JC

9 comentarios:

H.G._curucuta dijo...

Hola, JC.
Gracias por compartir tu cuento. En general me ha gustado la historia policíaca que has escrito para este reto, no obstante creo que se han quedado algunos cabos sueltos.
Si lo he entendido bien, parece que el Harry era un asesino a sueldo, aunque a lo mejor también lo hacía por gusto. No está claro qué cadáver o cadáveres se estaban pudriendo en la tienda de antigüedades, por qué no se deshizo de ellos el asesino, tal vez se dedicaba a "crear" momias que vendía como antigüedades, pero eso ya me lo estoy inventando yo debido a tu alusión a Horus :))
Otras dudas: ¿por qué la policía no le abrió la puerta al mensajero?; si lo que quería era atrapar a los cómplices, ¿por qué no lo detuvieron? Bueno, si el sobre llevaba dinero, seguramente prefirieron quedárselo y hacer de cuenta que no vieron a ningún mensajero. También nos insinúas que algo le pasó al personaje, que de pronto se encuentra en otro espacio, un espacio alterado, y que luego de su aventura se siente otro, distinto, pero lo dejas en simples sensaciones. Y volviendo al personaje del asesino, no me queda claro si lo atraparon o no, ya que un fugitivo también puede aparecer en las noticias. A lo mejor hay que continuar la historia para redondearla ;)
Sin ánimo de molestar, te comento que se te han pasado algunos detalles: la diéresis en la u de "güey", cerrar comillas en una de las citas de los pensamientos del personaje, separar de la palabra anterior algunos guiones que introducen una aclaración, algún espacio entre las frases o un signo de admiración que cierra en lugar del de apertura. En fin, detallitos.
Saludos y nuevamente gracias por compartirlo.

Anónimo dijo...

Hola, Hilda, gracias por comentar el cuento. Resulta que oí algo sobre la historia de Rich Harrison que era un popular presentador de programas de antigüedades, tenía una colección de momias, efectivamente, eran las personas que había eliminado durante su vida de asesino serial. El que no le abrieran la puerta al mensajero puede ser un poco extraña y habría que mencionar que cuando llegó a hacer la entrega, la policía se había llevado al criminal y el detective y el otro poli llegaron para hacer más pesquisas. Bueno, se podría arreglar de alguna forma. Gracias por tu paciencia lectora. Saludos.

María Gorodentseva dijo...

Hola, Juan Cristóbal. Me gustó tu historia. Nunca había oído hablar de Rich Harrison y me pareció muy curioso lo que comentaste. Pero me sorprende que los personajes del cuento estén tan poco dispuestos a chismear: ni a la enfermera ni al dueño de la paquetería les interesa qué pasó con el protagonista :)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, María, en efecto. Es como si le hubieran reservado el momento para cuando se encontrara con Francisca y él le pudiera confesar lo feliz que era al haberse salvado de un posible asesinato. Jajaja.

H.G._curucuta dijo...

Hola. Lo importante es que ya se te va ocurriendo cómo arreglarlo :) Saludos

H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Me ha gustado cómo has introducido las palabras del reto. El cuento está muy bien escrito, aunque la verdad, con tanto vampiro por ahí rondando, esperaba un final más fuerte :D Gracias por compartirlo.

María Gorodentseva dijo...

Gracias por el comentario, Hilda. Por desgracia la vida es así: los vampiros no siempre son personajes enigmáticos y sobrenaturales, más a menudo son solo unos borrachos disfrazados :D Saludos.

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. Me di cuenta que has puesto el texto solo por tu comentario :D
Me gustó el cuento, pero para mí las historias así siempre son contradictorias. Por una parte, me da pena la chica porque es joven y tiene muchos problemas e inseguridades, por otra parte, también me dan pena los padres porque la apoyan, puede ser que no tan como a ella le gustaría, pero sí lo hacen a su manera, y lo único que reciben de ella son los berrinches y el rechazo. E igual es muy triste que no hablan, no sé si por decisión de ella, o es que ellos no aceptan su oficio. En fin, voy a esperar que todo se arregle en su familia :D Saludos.

H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Muchas gracias por el comentario. Aquí sí que podría decir que mi intención era mostrar que la chica tiene muchas inseguridades y que aunque los padres intentan apoyarla, resulta contraproducente, tal vez por la sobreprotección de la madre y el hecho de que el padre, con su ejemplo, no le muestre la manera de enfrentarse a sus miedos. En cuanto al final, la idea era precisamente que por decisión de la chica no se hablan. Pero quizás eso cambie cuando ella madure un poco más o cuando los padres descubran una mejor manera de comunicarse con su hija. Obviamente, eso ya está fuera del texto escrito :D Saludos

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