viernes, 30 de mayo de 2025

RETO 5


 

Escribir un texto sobre un misterioso o inesperado compañero de viaje en un compartimiento de un tren de larga distancia.


Reto adicional: 


La escena o historia debe transcurrir por la noche.

Número máximo de palabras: 1000

Fecha límite de entrega: 11 de junio de 2025

!Manos a la obra! !El mundo necesita tus palabras!

Envía tu texto a:

cristobaleh@hotmail.com


DE VIAJE

Esperábamos el interurbano y yo estaba hojeando una antigua revista de Ferronales en busca de materiales para mi tesis “La gastronomía de México en la segunda mitad del s. XX según las publicaciones periódicas”. La revista era del 58 y la compré por internet, pero con solo pasar las primeras páginas, me di cuenta de que era un número especial y estaba dedicado a la inauguración del hospital de ferrocarriles y de una nueva estación de carga. Para los aficionados al ferromodelismo tenía gran valor, seguramente, por la profusión de fotos, dibujos de vagones y locomotoras, e incluso planos de las vías; a mí no me servía. La cerré molesta.

Entonces, al levantar la vista, la vi venir por el andén. Era una anciana bajita, delgada y de apariencia muy frágil. Llevaba un hábito de color café algo descolorido y las corrientes de aire de la estación le alborotaban el pelo muy corto y blanco.

Sin ningún preámbulo, al sentarse a mi lado, me dijo que su primer recuerdo es estar parada en el andén de la estación, mientras su padre la tiene de la mano, viendo pasar el tren presidencial de Lázaro Cárdenas. Después me contó que su familia, igual que muchas otras, solía pasar la tarde del domingo en el jardín de la estación y que luego de comer y jugar entre los árboles, se desplazaban al andén para mirar los trenes y a los pasajeros apresurados por el silbato de las máquinas.

Se detuvo un instante, miró sus manos y la oí suspirar, me parece que yo también suspiré pensando que el tren ya venía retrasado.

Pero en realidad, dijo, todo eso no tiene nada que ver con lo que quiero contarle... Se trata de un viaje que hice cuando tenía trece años. Bueno, que hizo toda mi familia, porque fue en ese viaje cuando me quedé solita en el mundo.

Se ve que le interesan los trenes, añadió señalando la revista con un dedo huesudo, y seguro que, aunque sea tan joven, alguna vez oyó hablar del tren peregrino... ¿o no? Sin esperar respuesta, siguió:

Fíjese que mi familia era muy devota del santo...

De nuevo se interrumpió y mientras alisaba un poco su hábito, yo pensé que era una de esas personas que viven solas y que son como una calamidad para quienes tienen la suerte de toparse con ellas. Me quedé, sin embargo, sentada esperando que continuara.

Pues sí, como le decía, toda mi familia era muy devota del santo, por eso cada año íbamos a pagarle con danzas los favores recibidos. El camino de ida lo hacíamos a pie desde Candela, Coahuila, donde vivíamos, hasta Real de Catorce y el de regreso en tren porque era pesado volver andando después de la caminata de ida y de tanto danzar. El tren llegaba con los peregrinos hasta Saltillo y ahí nosotros nos subíamos en uno más chiquito que pasaba por Candela.

No vaya a creer que teníamos un grupo de matachines, de esos que andan en todas las fiestas, no, nuestra familia solo le danzaba a San Panchito, al santo que está sentadito en su silla en Catorce; empezábamos nomás llegando y no parábamos durante dos días, desde el alba hasta la noche, y lo hacíamos todos: mis papás, mis abuelitos, tíos, hermanos, primos y hasta los niños chiquitos que ya sabían andar. A mis abuelitos los enseñaron sus papás y así mismo aprendimos nosotros.

Le cuento que llegó el momento del regreso y nada que acababan de alistar el tren, que era muy grande, porque a cada rato le iban pegando más vagones, y de todos modos no cabíamos. Yo no me acuerdo bien, pero decían que eran miles los peregrinos. Por fin lo formaron como un gusano enorme tirado por dos máquinas. Era un tren pobre, con vagones de segunda clase o de tercera, nada

de compartimentos ni sillones cómodos. Nosotros habíamos subido de los primeros, aunque no todos teníamos asiento.

Cuando estábamos por llegar a La Encantada, un poco antes de donde ocurrió el accidente, como usted sabrá, yo iba parada cerca de la puerta del tercer vagón cuando se me acercó un viejito con el hábito de peregrino y me pidió que le ayudara a llegar a los últimos carros, que allí debía estar su familia, yo voltié a mirar a mi mamá y ella me hizo señas de que estaba bien, que fuera... Entonces la gente era más respetuosa con los ancianos y pese a que iban todos apretujados en los pasillos, nos dejaban pasar, hasta que llegamos al penúltimo, entonces sentimos como que se ladeó el tren y luego como que pegó un salto el carro en el que íbamos. Cuando salí, por mi propio pie, y vi las máquinas y los primeros vagones amontonados unos encima de otros, me desmayé y desperté en el hospital. Pensaron que me había golpeado con algún fierro, pero no, yo estaba bien, y me dejaron ir. Quería volver al lugar del accidente a buscar a mi familia, entonces oí que los que viajaban en los primeros carros, si no murieron de inmediato por los golpes, se quemaron entre los fierros retorcidos porque no pudieron sacarlos. Eran unos soldados jovencitos quienes lo contaban.

Me miró entonces y yo aparté la vista sin saber qué decirle.

De repente me pidió que la acompañara a los servicios porque le daba miedo caerse en la escalera eléctrica. Quizá por lástima decidí ir con ella aunque se me pasara el tren. Bajamos y apenas llevaba unos minutos esperándola afuera cuando se oyó una explosión arriba. La gente gritaba y corría de un lado a otro hasta que nos obligaron a salir de las instalaciones y yo le dije a un policía que había una ancianita en los baños, pero él contestó que ya habían revisado y que no quedaba nadie en el primer piso.

Siempre creí que eran embustes esas historias, cosas que cuando le pasan a uno mismo parecen todavía menos reales.

HG




En las montañas de la Sierra Nevada

 

La luna llena brillaba a través de las ventanas heladas del tren, impidiéndole dormir. Lucía Zárate se envolvió en un cálido chal de Oremburgo, regalo, según dicen, del mismísimo Nicolás II, sin poder entrar en calor. Sus pequeños huesitos estaban congelados hasta la médula, convirtiéndose en carámbanos, y sus entrañas sufrían por la comida fría enlatada. Entreabrió ligeramente sus párpados azules y miró a su familia: todos se habían hundido en un sueño profundo y doloroso, que no fue interrumpido ni siquiera por los frecuentes tiritones.

            Ella captó extraños sonidos por el rabillo del oído. Le pareció que algo increíblemente enorme se acercaba como una avalancha. ¿Era posible? Levantó la cabeza exhausta y vio a un gigante con un largo abrigo de piel marrón frente a ella. Lucía intentó distinguir su rostro, pero no pudo. Su conciencia agotada dibujó extrañas imágenes en su cabeza, y le pareció que no era un hombre, sino un oso el que estaba de pie frente a ella.

            De repente, una figura pequeña que caminaba delante del gigante señaló a Lucía con el dedo índice y dijo con voz caprichosa: “La quiero”. El torpe gigante abrió de inmediato el abrigo de piel y arropó con cuidado a la artista de circo en su pecho. Lucía no tuvo fuerzas para resistirse. El cuerpo caliente de aquel ser mitad hombre, mitad bestia, y el olor acre, ácido del pelaje mojado la hicieron dormir...

            Una semana después, cuando el tren fue rescatado de la nieve, el mundo supo que la pequeña Lucía Zárate, “un pequeño pero poderoso imán para atraer al público”, había muerto de hipotermia. Los familiares que viajaron con ella en ese condenado tren se avergonzaron de admitir que no habían protegido a la pequeña y que una noche simplemente desapareció sin dejar rastros. Se desconoce qué le sucedió después. Lo único que se puede decir con toda la certeza es que los niños malcriados se cansan rápidamente de jugar con sus muñecas nuevas.

                                                                                María


El implicado

Federico López iba concentrado mirando el paisaje. La vegetación era pobre, pues no había nada más que enormes saguaros, gran cantidad de creosotes, algunos palos de fierro, amapolas ya secas y flores silvestres, la clásica vegetación del desierto de Sonora. Notó la disminución en la velocidad del convoy hasta que se detuvo. Escuchó algunos gritos del maquinista y el auxiliar de cabina.

—Pero ¿qué has hecho, Mariano?

—Nada, señor. Son las órdenes que me han dado…Mire, mire aquí.

Federico supo después que por indicaciones del administrador de infraestructuras ferroviarias tenían que permanecer allí unas horas hasta que se reparara un tramo de vías a un kilómetro de allí. El personal del restaurante les repartió bebidas frías a los pasajeros de primera clase. De los otros coches la gente comenzó a bajar para estirar las piernas. Los acompañantes de Federico no eran muchos y permanecían en silencio mirándose con indiferencia. Había un hombre mayor de pelo abundante y canoso que leía sin parar documentos que serían muy importantes para él. Hacía anotaciones y de vez en cuando balbuceaba como si estuviera memorizando algo, en otras ocasiones parecía mantener diálogos en voz baja. Iba también una pareja. El hombre era atractivo, llevaba ropa de marca y su cuidado era excelente. Solo era necesario verle las uñas para saber que dedicaba una buena suma de dinero a su cuidado personal. La acompañante era una mujer de unos cincuenta años que tenía buen aspecto, un rostro aristocrático y un gesto torcido provocado por los constantes caprichos, pues le molestaban muchas cosas, sin embargo, solo manifestaba su irritación con la mirada o con un silencio culpabilizador que obligaba al hombre a pedir disculpas por todo.

—Ya te he dicho que eso no me gusta—decía la mujer cada vez que Daniel, un aprovechado mujeriego a todas luces, le ofrecía alguna cosa o un tema de conversación. Entonces Dany ponía cara de niño regañado y esperaba a que a la mujer se le pasara el enfado.

Federico decidió salir a caminar un poco. Hacía bastante calor, pero por fortuna ya empezaba a oscurecer. A las ocho de la tarde el tren seguía parado y no había noticias que le dieran alguna esperanza a los pasajeros. Federico cenó y pensó que el tren haría el trayecto en la noche. Llegaría en unas cinco horas y podría alojarse en cualquier hotel y descansar para cerrar su negocio con sus socios en Puerto Peñasco como lo habían acordado. Recordó que tenía una invitación a Sandy Beach y sonrió imaginando mujeres en bikini ofreciéndole compañía.

Cerca de las dos de la mañana un fuerte tirón hizo rechinar las ruedas metálicas y poco a poco se fue sintiendo el traqueteo de las vías. Federico se despertó, miró el cielo por la ventana y se dispuso a dormir, pero una respiración y, luego, un perfume de flores le impidieron hacerlo. Volteó y su mirada se encontró con los verdes y enormes ojos de una mujer que le hizo una señal para que no hablara.

—¡Tienes que ayudarme, cabrón! — le dijo ella con voz muy baja y nerviosa.

—Pero ¿quién es usted? ¿qué hace aquí?

—¡Prométeme que me vas a ayudar, prométemelo, güey!

—No puedo, no le conozco y no me interesa lo que necesite—Federico intentó incorporarse, pero ella lo contuvo con una mano ensangrentada y un cuchillo. Por su mente le pasaron muchas ideas, pero estaba claro que algo malo había ocurrido.

—Lo he matado, lo he matado…— dijo ella compungida tratando de contener su llanto.

Federico trató de ordenar sus ideas y, de pronto, recordó que entre los pasajeros que había visto cuando bajó a caminar un poco, había visto a esa mujer con su vestido de color rosa acompañada de un hombre con aspecto amenazante y violento. Era de esos tipos que sometía por la fuerza a las personas, amenazándolas con golpearlas o castigarlas. Entonces habló.

—Primero tienes que explicarme lo que ha pasado.

—Ya no podía ¿entiendes, güey? —dijo con voz sollozante—, ya no podía seguir soportando su crueldad…

—Bueno, me imagino que fue por un momento de furia, pero se descubrirá todo…Sospecharán de ti, mírate— exclamó señalando las manchas de sangre que ella tenía.

—Sospecharán solo si encuentran su cuerpo, tienes que ayudarme a tirarlo.

Federico se incorporó y fue hasta el sitio que Rosa le indicó. Un hombre estaba recostado en un asiento cubierto con una manta, parecía dormir tranquilamente a pesar de que le habían rebanado el cuello. Los pasajeros, sumidos en un profundo sueño o ensimismados algunos, luchando con su insomnio, no sospechaban nada. Federico cogió al hombre y lo levantó con gran esfuerzo. El tipo era corpulento y era difícil llevarlo a cuestas. Rosa ayudó todo lo posible y cuando llegaron al final del vagón, iban ya empapados de sudor. Rosa accionó el freno y el tren se detuvo en seco, Federico abrió la puerta y dejó caer el cuerpo que rodó hasta una zanja. Se hizo un alboroto enorme, la gente comenzó a quejarse y gritar. Un encargado del tren pedía disculpas mientras revisaba las puertas. Al no encontrar ninguna abierta, le avisó al motorista que podían continuar la marcha.

La noche fue muy intranquila, Federico no pudo dormir y Rosa se cambió de ropa, se lavó y cuando llegaron a Puerto Peñasco le dio un beso en la mejilla a su cómplice y desapareció.

Los socios de Federico llegaron puntuales.

—¿Cómo está don Fede? —le preguntó un hombre castaño, bajo y muy fornido. Era Carlos el distribuidor de equipo pesado, maquinaria y mercancías ilegales de la frontera.

—Bien, así como me ves, mi cuate.

Se subieron a una camioneta y se fueron a la casa de Rafael quien los esperaba para cerrar el trató. Desayunaron y se fueron a sentar a un lado de la piscina. Conversaron mediando las palabras, buscando el momento adecuado para ir al grano. Cuando Federico iba a lanzar su propuesta, una sirvienta se acercó con una nota en la mano.

—Señor Carlos, esto es para usted.

A Carlos se le nubló la vista y comenzó a vociferar, maldijo hasta que se cansó y luego se tiró al suelo.

“!Han degollado a Pedrito!!Malditos cabrones!!Malditos, hijos de pu…”. 

                                                                    J.C


12 comentarios:

María Gorodentseva dijo...

Hola, Juan Cristóbal. ¡Un cuento bien interesante! Así es la vida: hasta los más cabrones tienen a alguien quien les quiere. Sería interesante saber la contuniación de la historia: ¿la mujer podra perderse o Carlos, quien parece muy malote, la va a encontrar y castigar por la muerte de Pedrito? :)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, María, gracias por tu coemntario. Por la falta de espacio, uno no se puede explayar haciendo más descripciones y la trama resulta muy vaga, hay que atar muchos cabos para interpretar bien la historia. Se hace lo que se puede. Saludos.

María Gorodentseva dijo...

No, no es que la trama es vaga, al revés, solo que me hizo pensar, ¿sabes?, de un libro en el que cada capítulo se trata de la historia de un personaje. Digamos, un capítulo que tú escribiste, aunque obvio con más detalles para entender mejor el personaje de Federico, luego un capítulo de la mujer (de qué familia es, por qué terminó con Pedrito y por qué lo mató), otro de Carlos (qué vida tiene, qué tiene que ver con Pedrito: son familiares, colegas, amigos, hasta amantes), etc., y así sucesivamente hablando de muchos personajes. Una historia sin principio ni sin fin, solo un resumen de tres días: un día antes, dia X (día de asesinato de Pedrito) y un día después. Algo así, no sé si me explico. Saludos :)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, María, en efecto. Tienes razón. Incluso La divina Comedia está escrita de ese modo, o El hombre sin atributos de Robert Musil, además hay novelas epistolares en las que se usa ese recurso para hacer hablar a los personajes sin ayuda del narrador. No estaría mal proponer un cuento estructurado de esa forma en alguno de los retos. Saludos.

H.G._curucuta dijo...

Hola, Maria. Me ha gustado tu historia de ese encuentro en un tren atrapado en la nieve. Creo que has aprovechado bien las leyendas acerca de esa especie medio hombre, medio oso, que se dice que sigue habitando en las montañas de todo el mundo. Y me ha dado un poco de risa que entre ellos también haya niños malcriados ;) aunque entiendo que el final de la historia no tiene nada de cómico para la pobre de Lucía.
Te propondría que cambiaras lo de "párpados azules" y lo del "rabillo del oído" porque no se usa de esa forma. Si con la primera expresión te refieres a que sus ojos son de color azul, entonces no puedes usar como sinónimo los párpados, a menos de que Lucía estuviera toda azul de frío, pero no habría ningún motivo para mencionar precisamente el color de los párpados. En cuanto a lo de rabillo se usa únicamente para hablar de la visión periférica, es decir, aquello que captas con el extremo de los ojos (el rabillo del ojo) sin enfocar la vista en eso; no se puede usar con respecto al oído. Quizás te ayudaría caracterizar el sonido que el personaje percibe (usando precisamente percibir, sentir, notar) añadiéndole algún adjetivo como leve, ligero, apagado, etc., o bien utilizar sustantivos como resuello o incluso hablar de cómo son los pasos, en fin, todo depende de la intensidad del sonido ;)

H.G._curucuta dijo...

Hola, Juan Cristóbal. Obviamente tu historia cumple el reto: hay un inesperado compañero de viaje. Me parece interesante, aunque un poco inverosímil que Federico, una persona que tiene socios como Carlos, se deje intimidar tan fácilmente y se convierta en cómplice de la mujer. No sé, o el Federico es un niño bueno que casualmente se ha mezclado con malas compañías. También resulta un gran golpe de suerte lo de llevar a cuestas a un hombre corpulento a través de todo un vagón sin que nadie se entere de nada, sobre todo si hablas de gente que no duerme, siempre hay algún "metiche" entre esos ;) Saludos

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. ¡Muchas gracias por tus correcciones!
Al traducir, a mí también me sonó muy raro lo de "rabillo del oído", pero chequé en internet y aparecieron muchas páginas en las que usan esta frase, por eso la dejé.
De hecho, para este reto yo quería escribir otro texto, pero no logré terminarlo. Y esta historia ya estaba hecha hace tiempo, era para la tarea "el día más feliz/triste/horrible" :D

H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Que aparezca en muchas páginas en internet no demuestra la corrección en este caso, sino que la incorrección es "contagiosa", sobre todo cuando se repite muchas veces :(

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. ¡Me encantó tu historia! Imagino que después de la muerte la protagonista también tendrá que devolver el favor y salvar alguna vida :)

H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Gracias por el comentario. Yo también me lo imagino de esa forma: ya le tocará el turno a la protagonista cuando llegue su hora; aunque en la vida se le suele atribuir el mérito a la casualidad o a la suerte ;)
Saludos

María Gorodentseva dijo...

Y también al ángel de la guarda :)

H.G._curucuta dijo...

Así es :)

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