Escribir un texto sobre un misterioso o inesperado compañero de viaje en un compartimiento de un tren de larga distancia.
Reto adicional:
La escena o historia debe transcurrir por la noche.
Número máximo de palabras: 1000
Fecha límite de entrega: 11 de junio de 2025
!Manos a la obra! !El mundo necesita tus palabras!
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cristobaleh@hotmail.com
En las montañas de la Sierra Nevada
La luna llena brillaba a través de las ventanas heladas
del tren, impidiéndole dormir. Lucía Zárate se envolvió en un cálido chal de
Oremburgo, regalo, según dicen, del mismísimo Nicolás II, sin poder entrar en calor.
Sus pequeños huesitos estaban congelados hasta la médula, convirtiéndose en
carámbanos, y sus entrañas sufrían por la comida fría enlatada. Entreabrió
ligeramente sus párpados azules y miró a su familia: todos se habían hundido en
un sueño profundo y doloroso, que no fue interrumpido ni siquiera por los frecuentes
tiritones.
Ella captó extraños
sonidos por el rabillo del oído. Le pareció que algo increíblemente enorme se
acercaba como una avalancha. ¿Era posible? Levantó la cabeza exhausta y vio a
un gigante con un largo abrigo de piel marrón frente a ella. Lucía intentó
distinguir su rostro, pero no pudo. Su conciencia agotada dibujó extrañas
imágenes en su cabeza, y le pareció que no era un hombre, sino un oso el que
estaba de pie frente a ella.
De repente, una figura
pequeña que caminaba delante del gigante señaló a Lucía con el dedo índice y
dijo con voz caprichosa: “La quiero”. El torpe gigante abrió de
inmediato el abrigo de piel y arropó con cuidado a la artista de circo en su
pecho. Lucía no tuvo fuerzas para resistirse. El cuerpo caliente de aquel ser mitad
hombre, mitad bestia, y el olor acre, ácido del pelaje mojado la hicieron
dormir...
Una semana después, cuando
el tren fue rescatado de la nieve, el mundo supo que la pequeña Lucía Zárate, “un
pequeño pero poderoso imán para atraer al público”, había muerto de hipotermia.
Los familiares que viajaron con ella en ese condenado tren se avergonzaron de
admitir que no habían protegido a la pequeña y que una noche simplemente
desapareció sin dejar rastros. Se desconoce qué le sucedió después. Lo único
que se puede decir con toda la certeza es que los niños malcriados se cansan
rápidamente de jugar con sus muñecas nuevas.
María
El implicado
Federico López iba concentrado mirando el paisaje. La vegetación era pobre,
pues no había nada más que enormes saguaros, gran cantidad de creosotes, algunos
palos de fierro, amapolas ya secas y flores silvestres, la clásica vegetación
del desierto de Sonora. Notó la disminución en la velocidad del convoy hasta
que se detuvo. Escuchó algunos gritos del maquinista y el auxiliar de cabina.
—Pero ¿qué has hecho, Mariano?
—Nada, señor. Son las órdenes que me han dado…Mire, mire aquí.
Federico supo después que por indicaciones del administrador de
infraestructuras ferroviarias tenían que permanecer allí unas horas hasta que
se reparara un tramo de vías a un kilómetro de allí. El personal del
restaurante les repartió bebidas frías a los pasajeros de primera clase. De los
otros coches la gente comenzó a bajar para estirar las piernas. Los
acompañantes de Federico no eran muchos y permanecían en silencio mirándose con
indiferencia. Había un hombre mayor de pelo abundante y canoso que leía sin
parar documentos que serían muy importantes para él. Hacía anotaciones y de vez
en cuando balbuceaba como si estuviera memorizando algo, en otras ocasiones parecía
mantener diálogos en voz baja. Iba también una pareja. El hombre era atractivo,
llevaba ropa de marca y su cuidado era excelente. Solo era necesario verle las
uñas para saber que dedicaba una buena suma de dinero a su cuidado personal. La
acompañante era una mujer de unos cincuenta años que tenía buen aspecto, un rostro
aristocrático y un gesto torcido provocado por los constantes caprichos, pues le
molestaban muchas cosas, sin embargo, solo manifestaba su irritación con la
mirada o con un silencio culpabilizador que obligaba al hombre a pedir
disculpas por todo.
—Ya te he dicho que eso no me gusta—decía la mujer cada vez que Daniel, un aprovechado
mujeriego a todas luces, le ofrecía alguna cosa o un tema de conversación.
Entonces Dany ponía cara de niño regañado y esperaba a que a la mujer se le
pasara el enfado.
Federico decidió salir a caminar un poco. Hacía bastante calor, pero por
fortuna ya empezaba a oscurecer. A las ocho de la tarde el tren seguía parado y
no había noticias que le dieran alguna esperanza a los pasajeros. Federico cenó
y pensó que el tren haría el trayecto en la noche. Llegaría en unas cinco horas
y podría alojarse en cualquier hotel y descansar para cerrar su negocio con sus
socios en Puerto Peñasco como lo habían acordado. Recordó que tenía una
invitación a Sandy Beach y sonrió imaginando mujeres en bikini ofreciéndole compañía.
Cerca de las dos de la mañana un fuerte tirón hizo rechinar las ruedas
metálicas y poco a poco se fue sintiendo el traqueteo de las vías. Federico se
despertó, miró el cielo por la ventana y se dispuso a dormir, pero una
respiración y, luego, un perfume de flores le impidieron hacerlo. Volteó y su
mirada se encontró con los verdes y enormes ojos de una mujer que le hizo una
señal para que no hablara.
—¡Tienes que ayudarme, cabrón! — le dijo ella con voz muy baja y nerviosa.
—Pero ¿quién es usted? ¿qué hace aquí?
—¡Prométeme que me vas a ayudar, prométemelo, güey!
—No puedo, no le conozco y no me interesa lo que necesite—Federico intentó
incorporarse, pero ella lo contuvo con una mano ensangrentada y un cuchillo. Por
su mente le pasaron muchas ideas, pero estaba claro que algo malo había ocurrido.
—Lo he matado, lo he matado…— dijo ella compungida tratando de contener su
llanto.
Federico trató de ordenar sus ideas y, de pronto, recordó que entre los
pasajeros que había visto cuando bajó a caminar un poco, había visto a esa
mujer con su vestido de color rosa acompañada de un hombre con aspecto amenazante
y violento. Era de esos tipos que sometía por la fuerza a las personas, amenazándolas
con golpearlas o castigarlas. Entonces habló.
—Primero tienes que explicarme lo que ha pasado.
—Ya no podía ¿entiendes, güey? —dijo con voz sollozante—, ya no podía
seguir soportando su crueldad…
—Bueno, me imagino que fue por un momento de furia, pero se descubrirá todo…Sospecharán
de ti, mírate— exclamó señalando las manchas de sangre que ella tenía.
—Sospecharán solo si encuentran su cuerpo, tienes que ayudarme a tirarlo.
Federico se incorporó y fue hasta el sitio que Rosa le indicó. Un hombre
estaba recostado en un asiento cubierto con una manta, parecía dormir
tranquilamente a pesar de que le habían rebanado el cuello. Los pasajeros,
sumidos en un profundo sueño o ensimismados algunos, luchando con su insomnio,
no sospechaban nada. Federico cogió al hombre y lo levantó con gran esfuerzo.
El tipo era corpulento y era difícil llevarlo a cuestas. Rosa ayudó todo lo
posible y cuando llegaron al final del vagón, iban ya empapados de sudor. Rosa accionó
el freno y el tren se detuvo en seco, Federico abrió la puerta y dejó caer el
cuerpo que rodó hasta una zanja. Se hizo un alboroto enorme, la gente comenzó a
quejarse y gritar. Un encargado del tren pedía disculpas mientras revisaba las
puertas. Al no encontrar ninguna abierta, le avisó al motorista que podían
continuar la marcha.
La noche fue muy intranquila, Federico no pudo dormir y Rosa se cambió de
ropa, se lavó y cuando llegaron a Puerto Peñasco le dio un beso en la mejilla a
su cómplice y desapareció.
Los socios de Federico llegaron puntuales.
—¿Cómo está don Fede? —le preguntó un hombre castaño, bajo y muy fornido. Era
Carlos el distribuidor de equipo pesado, maquinaria y mercancías ilegales de la
frontera.
—Bien, así como me ves, mi cuate.
Se subieron a una camioneta y se fueron a la casa de Rafael quien los
esperaba para cerrar el trató. Desayunaron y se fueron a sentar a un lado de la
piscina. Conversaron mediando las palabras, buscando el momento adecuado para
ir al grano. Cuando Federico iba a lanzar su propuesta, una sirvienta se acercó
con una nota en la mano.
—Señor Carlos, esto es para usted.
A Carlos se le nubló la vista y comenzó a vociferar, maldijo hasta que se
cansó y luego se tiró al suelo.
“!Han degollado a Pedrito!!Malditos cabrones!!Malditos, hijos de pu…”.
J.C
4 comentarios:
Hola, Juan Cristóbal. ¡Un cuento bien interesante! Así es la vida: hasta los más cabrones tienen a alguien quien les quiere. Sería interesante saber la contuniación de la historia: ¿la mujer podra perderse o Carlos, quien parece muy malote, la va a encontrar y castigar por la muerte de Pedrito? :)
Hola, María, gracias por tu coemntario. Por la falta de espacio, uno no se puede explayar haciendo más descripciones y la trama resulta muy vaga, hay que atar muchos cabos para interpretar bien la historia. Se hace lo que se puede. Saludos.
No, no es que la trama es vaga, al revés, solo que me hizo pensar, ¿sabes?, de un libro en el que cada capítulo se trata de la historia de un personaje. Digamos, un capítulo que tú escribiste, aunque obvio con más detalles para entender mejor el personaje de Federico, luego un capítulo de la mujer (de qué familia es, por qué terminó con Pedrito y por qué lo mató), otro de Carlos (qué vida tiene, qué tiene que ver con Pedrito: son familiares, colegas, amigos, hasta amantes), etc., y así sucesivamente hablando de muchos personajes. Una historia sin principio ni sin fin, solo un resumen de tres días: un día antes, dia X (día de asesinato de Pedrito) y un día después. Algo así, no sé si me explico. Saludos :)
Hola, María, en efecto. Tienes razón. Incluso La divina Comedia está escrita de ese modo, o El hombre sin atributos de Robert Musil, además hay novelas epistolares en las que se usa ese recurso para hacer hablar a los personajes sin ayuda del narrador. No estaría mal proponer un cuento estructurado de esa forma en alguno de los retos. Saludos.
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