martes, 8 de abril de 2025

RETO 3

 

 Escribir un cuento con la participación de tres animales importantes en la historia de la humanidad. Uno de los animales puede hablar, pero su idioma es desconocido por el protagonista de la historia.

El género es libre, así como el número de personajes.

Reto adicional:

La escena o historia puede transcurrir en una ciudad conocida o inédita.  

El número máximo de palabras es de 1000

🗓 Fecha límite de entrega: 14 de mayo.  

¡Manos a la obra! El mundo necesita tus palabras.  

envía tu texto a:

cristobaleh@hotmail.com




¡Está muy mal!


 Ante todo, aclarar, es una historia real:

 Cierta mañana de invierno, tenía que ir al hospital para que me hicieran un análisis de sangre, para una posterior diligencia (en su tercera acepción) y teniendo en cuenta que la temperatura en la calle era de unos abrazadores menos 19 grados, sí llegué, un poco congelado al lugar seleccionado para dar mi sangre. Estando allí sentado para proceder a tan interesante asunto, noté que la enfermera se había levantado con el pie izquierdo y además no había tomado café—para el que no entienda significa que no estaba de buen humor—. Y bien luego de tres intentos fallidos de encontrar mi vena, exclama: ¡Ahhh! ¡Hoy no es mi día, no sé qué me pasa! A lo cual dije yo: “Por favor, dígamelo en ruso”. Pero una compañera (palabra esta última de poco uso actualmente en Rusia, porque está de moda colega), dice no no digas eso, dame eso que yo termino. ¿Qué pasó después?  Pues de tanto pincharme y preguntarme si estaba bien me dieron agua, un chocolate. Pero de nada sirvió, otra vez en mi vida me desmayé (pero la primera en Rusia). Seguimos la historia.

Desperté (bueno abrí de nuevo los ojos) y frente a mí, bueno específicamente al mirar lo que estaba delante era nada más y nada menos que un doctor de entrados años (lo más parecido que he visto en vida a El Viejo Jotavich). que me preguntaba. ¿Cómo te llamas?

Y yo respondía Jesús, Jesús

El Doctor miró a sus colegas y dijo: ¡Esta muy mal! Dice que se llama Jesús.

Sus colegas le contestaron: No, no, está bien, él se llama Jesús.

 Y colorín colorado esta historia se ha acabado.

 Moraleja:

 1 Jesús no es un nombre común para las personas en Rusia.

                                                             Jesús


ERAN TRES

Eran tres ancianas y vivían solas en una casa del centro de la ciudad de Jesús María, una casa como muchas de las de ahí: una fachada que la hace suponer pequeña, pero que esconde una construcción alargada hacia el fondo; al costado del portón de entrada, tras una verja, un jardincito lleno de flores; un patio trasero con uno o dos árboles; un cuarto en el segundo piso y un pedazo de azotea libre para el perro, que ellas no tenían.

Si un transeúnte pasaba despacio y se quedaba  mirando las flores, podía escuchar silbidos, trinos, cloqueos, chillidos, parloteos, zumbidos y aleteos que parecían provenir de una invisible, quizás encantada, pajarera.

Los repartidores del gas contaban que la mayor parte de la casa era un zaguán, donde colgaban las jaulas, y un enorme tragaluz le daba claridad tamizando al mismo tiempo el sol del mediodía. En el centro, donde una fuente susurraba, había maceteros con plantas y pequeños arbolillos, y bajo ellos, una estaca en la que reposaba un tordo muy hablador.

Los del gas, los más enterados porque su oficio les permitía entrar hasta el patio del fondo, platicaban que un burro y varios cóconos lo habitaban. Uno de los repartidores afirmaba que una vez alcanzó a distinguir una iguana en un árbol que allí había y otro que no, que lo que se veía en el árbol, un pirul viejo, por cierto, era un tlacuache.

¿Burros y cóconos en un patio de una casa céntrica? ¿Un zaguán lleno de jaulas con tortolitas, torcazas, cenzontles, canarios, calandrias, azulejos, petirrojos, periquitos y muchos más? ¿Una fuente con ranas y tortugas? ¿Una iguana y un tlacuache en un pirul? ¿Un tordo suelto por la casa? ¿Y todo eso en el centro de Jesús María? Bueno, en pleno centro también se hallaba una talabartería en la que los dueños mantenían a tres borregos y una cabra a la vista de los jesusmarienses, probablemente para reforzar la idea de que sus artículos de cuero eran los más útiles en un rancho.

En aquella época los pajareros recorrían las ciudades y los pueblos ofreciendo su mercancía y los vendedores de pájaros cantores nunca faltaban en los mercados, tampoco era extraño que alguien vendiera de casa en casa animalitos traídos del monte y si querías alguno en especial se lo podías encargar. A nadie le importaba qué animales tuvieras en tu casa o en tu tienda. Y las costumbres de aquel tiempo estipulaban que tampoco debía importarle a nadie lo que las tres señoritas criaban en su casa, así fuera toda una recua de burros, mientras no molestaran a los demás...

La curiosidad y una vida demasiado tranquila hacían que los vecinos escucharan boquiabiertos a los del gas o a los del agua. Que las señoritas eran hermanas, murmuraban... Que el tordo lo había traído un sobrino del otro lado, que hablaba inglés y que ellas le entendían únicamente “bay”; que vaya ocurrencia adoptar uno gringo habiendo tantos en la alameda... Que la iguana se la habían comprado a unos albañiles que pensaban comérsela... Que al tlacuache lo habían curado de una herida y se quedó; que era algo travieso, pero que ellas lo conservaban porque su abuelo, imagínense cuándo, decía que el tlacuache era el guardián del hogar... Que la casa estaba muy limpia y los animales bien cuidados... Que deberían levantarse muy temprano porque cuando ellos pasaban, los del gas o los del agua, ya estaba todo recogido...

Las señoritas tenían fama, pues, de mujeres muy hacendosas, aunque retraídas. No se les conocían amistades ni parientes, aparte del mentado sobrino, a quien nadie llegó a ver. Se decía que eran muy educadas y caritativas, siempre ayudaban a los necesitados, ya fuera con comida o con una moneda. Eso y su zoológico debe de haber sido lo que las perdió, porque alimentar a un animal, incluso entonces, ya salía caro.

La casa estaba en una esquina y al lado solo había una finca abandonada a la que seguían cuatro tiendas, así que los rebuznos del burro madrugador realmente no eran muy molestos para el vecindario, si acaso despertaban a los pájaros de la alameda que estaba enfrente.

Un domingo por la tarde, una familia que paseaba precisamente en la alameda oyó mucho alboroto en la casa de las señoritas y avisó a la policía. Cuando los agentes la abrieron, encontraron a dos apuñaladas en el zaguán y a la tercera colgada del pirul.

En ese tiempo los crímenes no eran habituales y ese caló fuerte en Jesús María. No hubo quien no viera con sus propios ojos el portón abierto y no escuchara el griterío de los pájaros. Lo que más llamó la atención a los primeros que llegaron fue que el tordo, con las plumas esponjadas, se meciera sobre su estaca hacia adelante y hacia atrás como si se hubiera vuelto loco; estiraba el cuello hacia arriba y de tanto en tanto sus ojos de un amarillo rabioso parecían buscar algo entre la muchedumbre, luego abrió el pico y chilló sendas parrafadas en inglés, según unos, en náhuatl, según otros, porque resultó que no era un tordo corriente, sino un zanate, o sea, un pájaro divino como los llamaban los antiguos mexicanos; los más fantasiosos dijeron que el ave quería contar lo que ocurrió y que a los pies de su estaca se podían ver los pelos arrancados a los asesinos. De cualquier forma, en aquel entonces no se hacían análisis de ADN, así que la policía no logró descubrir nada.

Para sepultarlas se hizo una colecta y con el paso de los años, cuando las autoridades entendieron que nadie vendría a reclamar la finca, decidieron convertirla, junto con la otra abandonada, en un jardín de aves, o como se llame, que se puede visitar y que junto con el sepulcro de las señoritas constituyen dos de los lugares más visitados en esta época de turistas ávidos de cosas raras (y morbosas).

Así me lo contaron en Jesús María.

HG


La presa

 Esta historia ocurrió en uno de los parques de la ciudad N, el miércoles, poco después de medianoche.

Un hombre caminaba bamboleándose de un lado a otro, como un marinero en tiempos de tormenta. Cualquiera que lo viera a esa hora tan tardía podría decir con seguridad que el caballero estaba completamente ebrio. Sin embargo, el parque estaba vacío, por tanto, no había nadie que lo acusara de comportamiento inapropiado.

De repente, como suele ocurrirles a los borrachos, tropezó con el aire y cayó al suelo. Habiéndose encontrado en una posición horizontal, que en su mente estaba asociada exclusivamente con una cama, el hombre se relajó y se quedó dormido. Se hundió en un sueño muy profundo, de esos que solo experimentan las personas justas y los alcohólicos.

En ese mismo instante un can que lo había estado observando durante mucho tiempo salió corriendo de entre los arbustos. Olfateó al hombre y se lamió el hocico con placer. Ese día tendría algo de que sacar provecho. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la carne humana; últimamente la cosa se había puesto muy difícil. Hay que precaverse, mirar constantemente a todos lados, tener cuidado de que algún cazador no ponga una soga metálica alrededor del cuello o añada veneno a la comida esparcida escasamente bajo los árboles. Sin embargo, ahora el hecho estaba casi listo: faltaba solo llamar a sus compañeros de la jauría, que estaban recorriendo los vertederos de basura allí al lado, antes de que el hombre recobrara el sentido.

Justo cuando el can quería alejarse del cuerpo inconsciente, apareció una rata. Mejor dicho, ratas, toda una turba, una enorme colonia de roedores de cola rosada, encabezada por la más grande y la más gorda. El perro parpadeó varias veces confundido, sin creer lo que veía: estaba dispuesto a jurar que el líder, este “rey de las ratas”, era del tamaño de un gato. Tratando de asustar a los huéspedes no invitados, enseñó los colmillos y dejó escapar un rugido aterrador, pero las ratas no se inmutaron por su intimidación. En respuesta, mostraron sus dientes, sus incisivos amarillos, erizaron su pelaje y chillaron estridentemente. Sus ojos brillaban con el fuego de la peste de antaño. También ansiaban la carne humana y no pensaban retirarse.

El can reflexionaba a toda prisa, calculando en su cabeza si sería capaz de combatir a esa multitud de ratas voraces. No se dejó engañar, sabía que ya era demasiado viejo y que era poco probable que pudiera derrotarlas. Sin embargo, podría haber aullado, comenzado a ladrar, y entonces, tal vez, otros perros habrían venido corriendo en su ayuda, pero...

—¡Cra-cra! —El grito de un pájaro interrumpió sus pensamientos—. ¡Cra-cra!

El can se dio la vuelta y vio un cuervo negro sentado sobre la panza del hombre. Al igual que su antepasado lejano, a quien Noé esperaba en el arca con noticias, este carroñero urbano se posó sobre un cuerpo indiferente, aguardando su posible fin. A voz en grito convocaba a sus camaradas, a sus hermanos, y ellos acudieron a su llamado.

—¡Cra-cra! —Hacían eco numerosos cuervos; también tenían algo que decir.

Y comenzó la lucha. Las bestias gruñían, graznaban y chillaban, demostrando su razón, disputando su derecho a poseer esta presa aún viva. Los animales vendían la piel del oso antes de haberlo cazado, es decir la piel del hombre. Si hubieran sido más sensatos, se habrían dado cuenta de que había suficiente carne para todos. Pero, por desgracia, son iguales que la gente, o la gente es idéntica a ellos: la codicia era un veneno que destruye a todos sin excepción. En medio de los gritos y las peleas, no se dieron cuenta de cómo el hombre volvió en sí.

Al principio su cuerpo se estremeció un poco, luego se dejaron oír unos gemidos y ronquidos apenas audibles, y después de su boca abierta, como de la boca de un volcán, brotó un chorro de vómito: los restos de la comida del día anterior mezclados con bilis. Espantosamente abrió los ojos y se dio la vuelta sobre un costado, tratando de no ahogarse.

Por el movimiento brusco los pájaros salieron volando y las ratas se desbandaron en varias direcciones. Al lado del hombre solo quedó el can.

Ya sea por desesperación o por enojo, el can gruñó enfadado, amenazando al hombre en su lenguaje canino con crueles represalias. Bramaba y ladraba, insultándolo con las expresiones más viles, porque despertó demasiado pronto y arruinó todo su festín. Pero el hombre, como es costumbre entre la gente, no entendió sus palabras. Con mucha dificultad se levantó del suelo, le dio varias palmaditas al can en su peluda cabeza y dijo con la lengua trabada:

—Gracias, chuchito, por cuidarme, por protegerme. No en vano dicen que el perro es el mejor amigo del hombre.

El can se enfureció ante tal familiaridad y trató de morder la mano del hombre con sus colmillos blanquecinos.

Entonces el hombre gritó:

—¡Maldito desgraciado! ¡Fuera, pulgoso!

Y le dio una patada en las costillas con todas sus fuerzas.

El perro gimió lastimeramente y comenzó a temblar con su cuerpo huesudo. Escapando de la paliza, corrió de nuevo hacia los arbustos. Y el hombre siguió bamboleándose por el parque, como un marinero en tiempos de tormenta.

María


Nacimiento

Era extraño ver pasearse por aquella ciudad a una mujer tan dolorosamente bella. A su paso, se oía una tenue melodía que alteraba el corazón de los varones. Al mirarla, se les borraba la vista y se sentían enloquecer de pasión. Ella seguía andando majestuosa sin reparar en los pobres infelices que caían a sus pies. Iba ensimismada, gozando de algún placer desconocido. Hacía calor y la brisa del mar llegaba como rocío salino, poco refrescante. Su paso era armonioso y las bandurrias desde la lejanía alegraban el canto del mar.

“Es una sirena —dijo una mujer tapándose los oídos —, por eso ningún hombre la puede resistir. ¡Oh, Ulises! ¡Ayuda a nuestros maridos y amantes a soportarlo! ¡Átalos al mástil de tu barco, amado argonauta, para que no se dejen seducir!”.

Era acuática la mujer y disimulaba con una capa dorada su cola de pescado que se había reducido a menos de la mitad. Llevaba un vestido blanco y una corona con incrustaciones de rubies. Avanzó por una calle amplia que conducía al templo de Gaia. Se veía desde lejos la enorme estatua de una mujer sentada con un vientre exquisitamente redondo con dos astros, uno a la izquierda y otro a la derecha.

Salieron a su encuentro un caballo blanco, un perro marrón y una gata sin pelo. Ésta última era especial, pues tenía unos ojos muy grandes y expresión casi humana. Su aspecto era majestuoso y podía hablar.

Masoperes ut rapa mastreu ut pirata —, dijo la gata frotándose contra la túnica de la bella sirena.

—Pequeña, no entiendo lo que dices, ¿por qué no tratas de explicármelo mejor?

La gata miró a sus compañeros que permanecían mudos y con la mirada fija en aquella mujer tan seductora e hipnótica.

— Masoperes ut rapa mastreu ut pirata —repitió el gato levantando las orejas, mirando fijamente rostro de la bella mujer.

Ella desconcertada, trataba de encontrarle algún sentido a las palabras del pequeño animal que permanecía sentado e inmóvil. Miró hacia el templo y le rogó a la diosa Gaia que le ayudara a descifrar esas palabras tan raras. Entonces una voz llegó de la lejanía y le aconsejó que le hablara más al gato para poder descubrir el mensaje oculto de su idioma.

—¿Cómo te llamas, pequeña mía?

—Im bronem se Bsat, vonge ed Egotip, osy al daiso. Toproje le garho y bosimlizo al aglería ed riviv.

La sirena tuvo un pequeño chispazo de lucidez, un relámpago que la llenó de alegría y le pidió a la gata repetir lo que había dicho.

— Im bronem se Bsat, vonge ed Egotip, osy al daiso. Toproje le garho y bosimlizo al aglería ed riviv.

Entonces la palabra aglería le pareció similar a alegría y su intuición le despertó un interés infantil que iluminó su rostro con una sonrisa y a continuación dijo:

—Osy Behe, al daiso ed al tuvenjud.

Los tres animales expresaron su alegría con un relinchido, un ladrido y un ronroneo. Comenzaron a girar alrededor de la bella dama marina y le indicaron que tenía que ir al templo de Gaia y con paso tranquilo escoltaron a su huésped. La gata no dejaba de explicarle a su invitada el objetivo de su misión. La gente, poco a poco, se fue acercando al templo. Las mujeres caminaban con precaución, la mayoría iba ataviada con hermosas túnicas blancas, llevaban coronas de laureles, el pelo recogido y en las manos algunas sostenían aromáticas flores. Se empezó a propagar un cántico. Las voces femeninas hacían estremecer a los demás habitantes. A las puertas del templo se encontraban unas jóvenes que al ver a la sirena se pusieron de rodillas y, en actitud sumisa, esperaron la bendición de la hermosa visitante. La sirena las bendijo con un movimiento de las manos y entró al santuario.

El interior era diáfano y fresco. Una sacerdotisa le indicó a la sirena que se acercara.

—Bienvenida seas, Hebe, hermosa diosa de la juventud. Esta es tu casa.

—He acudido al llamado de mi gran señora Gaia, estoy lista.

Un coro formado por las jóvenes que habían recibido a Hebe, cantaba:


“En el profundo abrazo del mar,
donde el celeste del cielo se pierde,
una sirena canta con tierno fervor,
tejiendo armonía, que al alma no muere.

Sus notas, fanfarrias de espuma y cristal,
despiertan al hombre que busca su estrella.
En Panelos, la tierra del mito y la sal,
halló la buenaventura, su joya más bella.

El mar le susurra un canto de amor,
un eco profundo que al mundo embriaga.
La sirena, del cielo, con suave clamor,
promete felicidad que nunca se apaga”.


Al término de la canción, Hebe se subió a un pedestal y se despojó de su ropa. Quedó tal y como era en el mar, se quedó inmóvil, miró hacía la estatua de Gaia y dijo:

“He aquí, madre mía, la hija que será el símbolo de la ciudad, la bautizo con el nombre de Panelos para que la gata, portadora de la nueva buena, se la llevara a su reino. Bendita seas, madre, por haberme dado la oportunidad de ser tu gloria en la tierra.

Poco a poco, Hebe se fue petrificando, se transformó en una figura de malaquita. Era una hermosa sirena con una bandurria y miraba hacia el cielo como si estuviera recordando algo.

A partir de aquel día todas las mañanas se cantaba en el templo la canción de la fundadora de la ciudad costera de Panelos, cada año se celebraba una fiesta para festejar el encuentro de la diosa Bast cuidadora del hogar con Hebe la de la áurea corona y la juventud eterna. La ciudad es pródiga y gracias al esmero de su protectora hay abundancia, progreso y dicha. 

JC

13 comentarios:

H.G._curucuta dijo...

Hola, JC. La verdad es que siempre me sorprendes con tu forma de cumplir los retos: con una imaginación que parece inagotable logras darle un giro inesperado a cualquier cosa. Felicidades.
Confieso que no soy una gran conocedora de la mitología, pero no me esperaba la identificación de Hebe con Parténope y que la recibiera además una diosa egipcia... Me parece muy buena tu historia (¿leyenda?) y me ha encantado el acertijo de la lengua hablada por "el gato" y por cierto, ¿por qué lo mencionas como gato si se trata de una gata?
Saludos y muchas gracias por compartirlo :)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, Hilda, gracias por tu comentario, es que de repente me llegó una iluminación y empecé a escribir. Por cierto que tienes razón, Parténope es la protectora de Nápoles, una sirena hija de Océano o Aqueloo, y Bastet o Bast que es la diosa egipcia con cuerpo humano y cabeza de gato. Me parecio interesante unir a varios dioses mitológicos, aunque fueran de diferentes épocas y culturas. Saludos.

H.G._curucuta dijo...

Yo creo que la historia funciona bien aunque en ella se mezclen distintas mitologías y épocas. Lo que sí me parece necesario es modificar lo de gato por gata, ya que pasas del femenino al masculino varias veces y no hay que olvidar que Bast o Bastet es una diosa y además en tu texto se presenta como tal, así que no nos des gato por gata ;)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Ah, gracias por la observación. Estoy completamente de acuerdo contigo. Saludos.

María Gorodentseva dijo...

Hola, Juan Cristóbal. Tu cuento es interesante y bien poético. Nomás me pareció un poco raro, ya que ella era una sirena y tenía cola de pescado, que todos caían "a sus pies" y que "paseaba" por la ciudad.

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, María, es que recordé ese pasaje de los argonáutas de Ulises. Era por eso que los hombres caían desfallecidos tanto por su canto como por su belleza. Me ha parecido muy interesante tu cuento, se podría profundizar un poco más en las razones que llevaron al hombre a beber tanto, tal vez fuera un bebedor compulsivo, tal vez no. Además, los animales que aparecen son bastante simbólicos, la rata con su propagación de la peste, es un animal que obligó al hombre a buscar un remedio contra esa enfermedad tan letal. Gracias por compartir

María Gorodentseva dijo...

¡Muchas gracias! En realidad, desde el principio escribiá pensando solo en los animales que podrían ser caníbales en un entorno urbano. Pero luego sí me di cuenta, que son bastante simbólicos, y tanto un perro como un cuervo pueden llevar a los muertos al más allá. Así que bien podría ser que luchaban no por la carne, sino por el alma de aquella persona. Solo las ratas quedan fuera de este teoría :)

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Sí, me di cuenta de eso, además podría ser algo más parecido a Rebelión en la granja, en la que los animales ven a los humanos como un peligro para sus derechos.

H.G._curucuta dijo...

Yo no los llamaría caníbales, sino antropófagos, puesto que su intención es comer carne humana y no la de sus congéneres :)

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. ¡Muchas gracias por tu comentario! La verdad que tienes mucha razón respecto a las palabras que debería cambiar (y que son antropófagos y no caníbales :D).
Acerca de "vertedero", pues no sé, lo imaginaba exactamente como una montaña grande de basura, ya que el parque es más bien como parque-bosque que no está en el centro de la ciudad y que no tiene asfalto (obviamente que todo esto se quedó solo en mi cabeza y en ningún momento lo conté en el cuento :D). Porque pensaba mucho en la historia de que en el parque de Bitsa, en el tiempo cuando allí actuaba asesino en serie, los perros callejeros comían los cuerpos, por eso no todas las victimas fueron encontradas. Y dicen que allí todavían viven descendientes de aquellos perros, aunque no he visto hace muchísimo tiempo perros callejeros en Moscú...
Pero equis, la ciudad se llama N, es imaginaria, allí todo puede pasar :D
Saludos :)

H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Pues sí, ese bosque no está en tu cuento :D Si pensabas en aquella historia a lo mejor habría que modificar algunas partes de la tuya (una de ellas podría ser donde el perro cuenta que hace mucho que no prueba carne humana) e introducir los elementos que faltan: la presentación del parque-bosque, los cuerpos abandonados, los animales carroñeros (pero no asesinos, por lo que tu historia le daría un nuevo giro), el descuido de los ciudadanos que convierte el parque en un vertedero... Ahora que ya está hecha la versión para el reto, no necesitas limitarte más en la cantidad de palabras ;)

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. ¡Me encantó tu historia, te salió muy chévere! Pero otra vez me quedé con mucha duda e intriga acerca de los personajes :)
Murierón de la manera tan violenta... No me parece que eso pasó durante el robo. Entonces, seguramente tenían el pasado bien rudo aquellas señoras. Unas viejas mosquitas muertas...

H.G._curucuta dijo...

Hola, Maria. Muchas gracias por tu comentario. Como ves, el narrador nos transmite lo que le contaron de un crimen ocurrido hace muchos años, a lo mejor un siglo, y a estas alturas sería muy difícil desentrañar el misterio ;)
Por cierto, creo que últimamente voy siguiendo los pasos del autor de "Los cuentos de Juana" (me refiero al uso de un tipo de personajes) y me están saliendo cuentos de viejitas, habría que reunirlos todos... Ah, pero en el Reto 2 no es una viejita :D
Saludos

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