Escribir un cuento con la participación de tres animales importantes en la historia de la humanidad. Uno de los animales puede hablar, pero su idioma es desconocido por el protagonista de la historia.
El género es libre, así como el número de personajes.
Reto adicional:
La escena o historia puede transcurrir en una ciudad conocida o inédita.
El número máximo de palabras es de 1000
🗓 Fecha límite de entrega: 14 de mayo.
¡Manos a la obra! El mundo necesita tus palabras.
envía tu texto a:
cristobaleh@hotmail.com
¡Está muy mal!
Ante todo, aclarar, es una historia real:
Cierta mañana de invierno, tenía que ir al hospital para que me hicieran un análisis de sangre, para una posterior diligencia (en su tercera acepción) y teniendo en cuenta que la temperatura en la calle era de unos abrazadores menos 19 grados, sí llegué, un poco congelado al lugar seleccionado para dar mi sangre. Estando allí sentado para proceder a tan interesante asunto, noté que la enfermera se había levantado con el pie izquierdo y además no había tomado café—para el que no entienda significa que no estaba de buen humor—. Y bien luego de tres intentos fallidos de encontrar mi vena, exclama: ¡Ahhh! ¡Hoy no es mi día, no sé qué me pasa! A lo cual dije yo: “Por favor, dígamelo en ruso”. Pero una compañera (palabra esta última de poco uso actualmente en Rusia, porque está de moda colega), dice no no digas eso, dame eso que yo termino. ¿Qué pasó después? Pues de tanto pincharme y preguntarme si estaba bien me dieron agua, un chocolate. Pero de nada sirvió, otra vez en mi vida me desmayé (pero la primera en Rusia). Seguimos la historia.
Desperté (bueno abrí de nuevo los ojos) y frente a mí, bueno específicamente al mirar lo que estaba delante era nada más y nada menos que un doctor de entrados años (lo más parecido que he visto en vida a El Viejo Jotavich). que me preguntaba. ¿Cómo te llamas?
Y yo respondía Jesús, Jesús
El Doctor miró a sus colegas y dijo: ¡Esta
muy mal! Dice que se llama Jesús.
Sus colegas le contestaron: No, no, está
bien, él se llama Jesús.
Y colorín colorado esta historia se ha acabado.
Moraleja:
1 Jesús no es un nombre común para las personas en Rusia.
Jesús
Eran tres ancianas y vivían solas en una casa del centro
de la ciudad de Jesús María, una casa como muchas de las de ahí: una fachada
que la hace suponer pequeña, pero que esconde una construcción alargada hacia
el fondo; al costado del portón de entrada, tras una verja, un jardincito lleno
de flores; un patio trasero con uno o dos árboles; un cuarto en el segundo piso
y un pedazo de azotea libre para el perro, que ellas no tenían.
Si un transeúnte pasaba despacio y se quedaba mirando las flores, podía escuchar silbidos, trinos,
cloqueos, chillidos, parloteos, zumbidos y aleteos que parecían provenir de una
invisible, quizás encantada, pajarera.
Los repartidores del gas contaban que la mayor parte de
la casa era un zaguán, donde colgaban las jaulas, y un enorme tragaluz le daba
claridad tamizando al mismo tiempo el sol del mediodía. En el centro, donde una
fuente susurraba, había maceteros con plantas y pequeños arbolillos, y bajo
ellos, una estaca en la que reposaba un tordo muy hablador.
Los del gas, los más enterados porque su oficio les
permitía entrar hasta el patio del fondo, platicaban que un burro y varios
cóconos lo habitaban. Uno de los repartidores afirmaba que una vez alcanzó a
distinguir una iguana en un árbol que allí había y otro que no, que lo que se
veía en el árbol, un pirul viejo, por cierto, era un tlacuache.
¿Burros y cóconos en un patio de una casa céntrica? ¿Un
zaguán lleno de jaulas con tortolitas, torcazas, cenzontles, canarios, calandrias,
azulejos, petirrojos, periquitos y muchos más? ¿Una fuente con ranas y
tortugas? ¿Una iguana y un tlacuache en un pirul? ¿Un tordo suelto por la casa?
¿Y todo eso en el centro de Jesús María? Bueno, en pleno centro también se
hallaba una talabartería en la que los dueños mantenían a tres borregos y una
cabra a la vista de los jesusmarienses, probablemente para reforzar la idea de
que sus artículos de cuero eran los más útiles en un rancho.
En aquella época los pajareros recorrían las ciudades y
los pueblos ofreciendo su mercancía y los vendedores de pájaros cantores nunca
faltaban en los mercados, tampoco era extraño que alguien vendiera de casa en
casa animalitos traídos del monte y si querías alguno en especial se lo podías
encargar. A nadie le importaba qué animales tuvieras en tu casa o en tu tienda.
Y las costumbres de aquel tiempo estipulaban que tampoco debía importarle a
nadie lo que las tres señoritas criaban en su casa, así fuera toda una recua de
burros, mientras no molestaran a los demás...
La curiosidad y una vida demasiado tranquila hacían que
los vecinos escucharan boquiabiertos a los del gas o a los del agua. Que las
señoritas eran hermanas, murmuraban... Que el tordo lo había traído un sobrino del
otro lado, que hablaba inglés y que ellas le entendían únicamente “bay”; que vaya
ocurrencia adoptar uno gringo habiendo tantos en la alameda... Que la iguana se
la habían comprado a unos albañiles que pensaban comérsela... Que al tlacuache
lo habían curado de una herida y se quedó; que era algo travieso, pero que ellas
lo conservaban porque su abuelo, imagínense cuándo, decía que el tlacuache era
el guardián del hogar... Que la casa estaba muy limpia y los animales bien
cuidados... Que deberían levantarse muy temprano porque cuando ellos pasaban,
los del gas o los del agua, ya estaba todo recogido...
Las señoritas tenían fama, pues, de mujeres muy hacendosas,
aunque retraídas. No se les conocían amistades ni parientes, aparte del mentado
sobrino, a quien nadie llegó a ver. Se decía que eran muy educadas y
caritativas, siempre ayudaban a los necesitados, ya fuera con comida o con una
moneda. Eso y su zoológico debe de haber sido lo que las perdió, porque
alimentar a un animal, incluso entonces, ya salía caro.
La casa estaba en una esquina y al lado solo había una finca
abandonada a la que seguían cuatro tiendas, así que los rebuznos del burro
madrugador realmente no eran muy molestos para el vecindario, si acaso despertaban
a los pájaros de la alameda que estaba enfrente.
Un domingo por la tarde, una familia que paseaba precisamente
en la alameda oyó mucho alboroto en la casa de las señoritas y avisó a la
policía. Cuando los agentes la abrieron, encontraron a dos apuñaladas en el
zaguán y a la tercera colgada del pirul.
En ese tiempo los crímenes no eran habituales y ese caló
fuerte en Jesús María. No hubo quien no viera con sus propios ojos el portón
abierto y no escuchara el griterío de los pájaros. Lo que más llamó la atención
a los primeros que llegaron fue que el tordo, con las plumas esponjadas, se meciera
sobre su estaca hacia adelante y hacia atrás como si se hubiera vuelto loco; estiraba
el cuello hacia arriba y de tanto en tanto sus ojos de un amarillo rabioso parecían
buscar algo entre la muchedumbre, luego abrió el pico y chilló sendas
parrafadas en inglés, según unos, en náhuatl, según otros, porque resultó que
no era un tordo corriente, sino un zanate, o sea, un pájaro divino como los
llamaban los antiguos mexicanos; los más fantasiosos dijeron que el ave quería
contar lo que ocurrió y que a los pies de su estaca se podían ver los pelos
arrancados a los asesinos. De cualquier forma, en aquel entonces no se hacían
análisis de ADN, así que la policía no logró descubrir nada.
Para sepultarlas se hizo una colecta y con el paso de los
años, cuando las autoridades entendieron que nadie vendría a reclamar la finca,
decidieron convertirla, junto con la otra abandonada, en un jardín de aves, o
como se llame, que se puede visitar y que junto con el sepulcro de las
señoritas constituyen dos de los lugares más visitados en esta época de turistas
ávidos de cosas raras (y morbosas).
Así me lo contaron en Jesús María.
HG
Esta historia ocurrió en uno de los parques de la ciudad N, el miércoles, poco después de medianoche.
Un hombre caminaba bamboleándose
de un lado a otro, como un marinero en tiempos de tormenta. Cualquiera que lo
viera a esa hora tan tardía podría decir con seguridad que el caballero estaba
completamente ebrio. Sin embargo, el parque estaba vacío, por tanto, no había
nadie que lo acusara de comportamiento inapropiado.
De repente, como suele ocurrirles
a los borrachos, tropezó con el aire y cayó al suelo. Habiéndose encontrado en
una posición horizontal, que en su mente estaba asociada exclusivamente con una
cama, el hombre se relajó y se quedó dormido. Se hundió en un sueño muy profundo,
de esos que solo experimentan las personas justas y los alcohólicos.
En ese mismo instante un can que
lo había estado observando durante mucho tiempo salió corriendo de entre los
arbustos. Olfateó al hombre y se lamió el hocico con placer. Ese día tendría
algo de que sacar provecho. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la carne
humana; últimamente la cosa se había puesto muy difícil. Hay que precaverse,
mirar constantemente a todos lados, tener cuidado de que algún cazador no ponga
una soga metálica alrededor del cuello o añada veneno a la comida esparcida
escasamente bajo los árboles. Sin embargo, ahora el hecho estaba casi listo:
faltaba solo llamar a sus compañeros de la jauría, que estaban recorriendo los
vertederos de basura allí al lado, antes de que el hombre recobrara el sentido.
Justo cuando el can quería
alejarse del cuerpo inconsciente, apareció una rata. Mejor dicho, ratas, toda
una turba, una enorme colonia de roedores de cola rosada, encabezada por la más
grande y la más gorda. El perro parpadeó varias veces confundido, sin creer lo
que veía: estaba dispuesto a jurar que el líder, este “rey de las ratas”, era
del tamaño de un gato. Tratando de asustar a los huéspedes no invitados, enseñó
los colmillos y dejó escapar un rugido aterrador, pero las ratas no se
inmutaron por su intimidación. En respuesta, mostraron sus dientes, sus
incisivos amarillos, erizaron su pelaje y chillaron estridentemente. Sus ojos
brillaban con el fuego de la peste de antaño. También ansiaban la carne humana
y no pensaban retirarse.
El can reflexionaba a toda prisa,
calculando en su cabeza si sería capaz de combatir a esa multitud de ratas
voraces. No se dejó engañar, sabía que ya era demasiado viejo y que era poco
probable que pudiera derrotarlas. Sin embargo, podría haber aullado, comenzado
a ladrar, y entonces, tal vez, otros perros habrían venido corriendo en su
ayuda, pero...
—¡Cra-cra! —El grito de un pájaro
interrumpió sus pensamientos—. ¡Cra-cra!
El can se dio la vuelta y vio un
cuervo negro sentado sobre la panza del hombre. Al igual que su antepasado
lejano, a quien Noé esperaba en el arca con noticias, este carroñero urbano se
posó sobre un cuerpo indiferente, aguardando su posible fin. A voz en grito convocaba
a sus camaradas, a sus hermanos, y ellos acudieron a su llamado.
—¡Cra-cra! —Hacían eco numerosos
cuervos; también tenían algo que decir.
Y comenzó la lucha. Las bestias
gruñían, graznaban y chillaban, demostrando su razón, disputando su derecho a
poseer esta presa aún viva. Los animales vendían la piel del oso antes de
haberlo cazado, es decir la piel del hombre. Si hubieran sido más sensatos, se
habrían dado cuenta de que había suficiente carne para todos. Pero, por desgracia,
son iguales que la gente, o la gente es idéntica a ellos: la codicia era un
veneno que destruye a todos sin excepción. En medio de los gritos y las peleas,
no se dieron cuenta de cómo el hombre volvió en sí.
Al principio su cuerpo se
estremeció un poco, luego se dejaron oír unos gemidos y ronquidos apenas
audibles, y después de su boca abierta, como de la boca de un volcán, brotó un
chorro de vómito: los restos de la comida del día anterior mezclados con bilis.
Espantosamente abrió los ojos y se dio la vuelta sobre un costado, tratando de
no ahogarse.
Por el movimiento brusco los
pájaros salieron volando y las ratas se desbandaron en varias direcciones. Al
lado del hombre solo quedó el can.
Ya sea por desesperación o por
enojo, el can gruñó enfadado, amenazando al hombre en su lenguaje canino con
crueles represalias. Bramaba y ladraba, insultándolo con las expresiones más
viles, porque despertó demasiado pronto y arruinó todo su festín. Pero el
hombre, como es costumbre entre la gente, no entendió sus palabras. Con mucha
dificultad se levantó del suelo, le dio varias palmaditas al can en su peluda
cabeza y dijo con la lengua trabada:
—Gracias, chuchito, por cuidarme,
por protegerme. No en vano dicen que el perro es el mejor amigo del hombre.
El can se enfureció ante tal
familiaridad y trató de morder la mano del hombre con sus colmillos
blanquecinos.
Entonces el hombre gritó:
—¡Maldito desgraciado! ¡Fuera,
pulgoso!
Y le dio una patada en las
costillas con todas sus fuerzas.
El perro gimió lastimeramente y
comenzó a temblar con su cuerpo huesudo. Escapando de la paliza, corrió de
nuevo hacia los arbustos. Y el hombre siguió bamboleándose por el parque, como
un marinero en tiempos de tormenta.
María
Nacimiento
Era extraño ver pasearse por
aquella ciudad a una mujer tan dolorosamente bella. A su paso, se oía una tenue
melodía que alteraba el corazón de los varones. Al mirarla, se les borraba la
vista y se sentían enloquecer de pasión. Ella seguía andando majestuosa sin
reparar en los pobres infelices que caían a sus pies. Iba ensimismada, gozando
de algún placer desconocido. Hacía calor y la brisa del mar llegaba como rocío
salino, poco refrescante. Su paso era armonioso y las bandurrias desde la
lejanía alegraban el canto del mar.
“Es una sirena —dijo una mujer
tapándose los oídos —, por eso ningún hombre la puede resistir. ¡Oh, Ulises!
¡Ayuda a nuestros maridos y amantes a soportarlo! ¡Átalos al mástil de tu
barco, amado argonauta, para que no se dejen seducir!”.
Era acuática la mujer y
disimulaba con una capa dorada su cola de pescado que se había reducido a menos
de la mitad. Llevaba un vestido blanco y una corona con incrustaciones de
rubies. Avanzó por una calle amplia que conducía al templo de Gaia. Se veía desde
lejos la enorme estatua de una mujer sentada con un vientre exquisitamente
redondo con dos astros, uno a la izquierda y otro a la derecha.
Salieron a su encuentro un
caballo blanco, un perro marrón y una gata sin pelo. Ésta última era especial,
pues tenía unos ojos muy grandes y expresión casi humana. Su aspecto era majestuoso
y podía hablar.
—Masoperes
ut rapa mastreu ut pirata —, dijo la gata frotándose contra la túnica de la
bella sirena.
—Pequeña, no entiendo lo que
dices, ¿por qué no tratas de explicármelo mejor?
La gata miró a sus compañeros que
permanecían mudos y con la mirada fija en aquella mujer tan seductora e
hipnótica.
— Masoperes ut rapa mastreu ut
pirata —repitió el gato levantando las orejas, mirando fijamente rostro de la
bella mujer.
Ella desconcertada, trataba de
encontrarle algún sentido a las palabras del pequeño animal que permanecía
sentado e inmóvil. Miró hacia el templo y le rogó a la diosa Gaia que le
ayudara a descifrar esas palabras tan raras. Entonces una voz llegó de la
lejanía y le aconsejó que le hablara más al gato para poder descubrir el
mensaje oculto de su idioma.
—¿Cómo te llamas, pequeña mía?
—Im bronem se Bsat, vonge ed
Egotip, osy al daiso. Toproje le garho y bosimlizo al aglería ed riviv.
La sirena tuvo un pequeño
chispazo de lucidez, un relámpago que la llenó de alegría y le pidió a la gata repetir lo que había dicho.
— Im bronem se Bsat, vonge ed
Egotip, osy al daiso. Toproje le garho y bosimlizo al aglería ed riviv.
Entonces la palabra aglería le
pareció similar a alegría y su intuición le despertó un interés infantil que
iluminó su rostro con una sonrisa y a continuación dijo:
—Osy Behe, al daiso ed al tuvenjud.
Los tres animales expresaron su
alegría con un relinchido, un ladrido y un ronroneo. Comenzaron a girar
alrededor de la bella dama marina y le indicaron que tenía que ir al templo de
Gaia y con paso tranquilo escoltaron a su huésped. La gata no dejaba de
explicarle a su invitada el objetivo de su misión. La gente, poco a poco, se
fue acercando al templo. Las mujeres caminaban con precaución, la mayoría iba
ataviada con hermosas túnicas blancas, llevaban coronas de laureles, el pelo
recogido y en las manos algunas sostenían aromáticas flores. Se empezó a
propagar un cántico. Las voces femeninas hacían estremecer a los demás
habitantes. A las puertas del templo se encontraban unas jóvenes que al ver a
la sirena se pusieron de rodillas y, en actitud sumisa, esperaron la bendición
de la hermosa visitante. La sirena las bendijo con un movimiento de las manos y
entró al santuario.
El interior era diáfano y fresco.
Una sacerdotisa le indicó a la sirena que se acercara.
—Bienvenida seas, Hebe, hermosa
diosa de la juventud. Esta es tu casa.
—He acudido al llamado de mi gran
señora Gaia, estoy lista.
Un coro formado por las jóvenes
que habían recibido a Hebe, cantaba:
“En el profundo abrazo del
mar,
donde el celeste del cielo se pierde,
una sirena canta con tierno fervor,
tejiendo armonía, que al alma no muere.
Sus notas, fanfarrias de
espuma y cristal,
despiertan al hombre que busca su estrella.
En Panelos, la tierra del mito y la sal,
halló la buenaventura, su joya más bella.
El mar le susurra un canto
de amor,
un eco profundo que al mundo embriaga.
La sirena, del cielo, con suave clamor,
promete felicidad que nunca se apaga”.
Al término de la canción,
Hebe se subió a un pedestal y se despojó de su ropa. Quedó tal y como era en el
mar, se quedó inmóvil, miró hacía la estatua de Gaia y dijo:
“He aquí, madre mía, la hija
que será el símbolo de la ciudad, la bautizo con el nombre de Panelos para que la gata, portadora de la nueva buena, se la llevara a su reino. Bendita seas, madre, por
haberme dado la oportunidad de ser tu gloria en la tierra.
Poco a poco, Hebe se fue
petrificando, se transformó en una figura de malaquita. Era una hermosa sirena
con una bandurria y miraba hacia el cielo como si estuviera recordando algo.
A partir de aquel día todas
las mañanas se cantaba en el templo la canción de la fundadora de la ciudad
costera de Panelos, cada año se celebraba una fiesta para festejar el encuentro
de la diosa Bast cuidadora del hogar con Hebe la de la áurea corona y la
juventud eterna. La ciudad es pródiga y gracias al esmero de su protectora hay
abundancia, progreso y dicha.
JC
13 comentarios:
Hola, JC. La verdad es que siempre me sorprendes con tu forma de cumplir los retos: con una imaginación que parece inagotable logras darle un giro inesperado a cualquier cosa. Felicidades.
Confieso que no soy una gran conocedora de la mitología, pero no me esperaba la identificación de Hebe con Parténope y que la recibiera además una diosa egipcia... Me parece muy buena tu historia (¿leyenda?) y me ha encantado el acertijo de la lengua hablada por "el gato" y por cierto, ¿por qué lo mencionas como gato si se trata de una gata?
Saludos y muchas gracias por compartirlo :)
Hola, Hilda, gracias por tu comentario, es que de repente me llegó una iluminación y empecé a escribir. Por cierto que tienes razón, Parténope es la protectora de Nápoles, una sirena hija de Océano o Aqueloo, y Bastet o Bast que es la diosa egipcia con cuerpo humano y cabeza de gato. Me parecio interesante unir a varios dioses mitológicos, aunque fueran de diferentes épocas y culturas. Saludos.
Yo creo que la historia funciona bien aunque en ella se mezclen distintas mitologías y épocas. Lo que sí me parece necesario es modificar lo de gato por gata, ya que pasas del femenino al masculino varias veces y no hay que olvidar que Bast o Bastet es una diosa y además en tu texto se presenta como tal, así que no nos des gato por gata ;)
Ah, gracias por la observación. Estoy completamente de acuerdo contigo. Saludos.
Hola, Juan Cristóbal. Tu cuento es interesante y bien poético. Nomás me pareció un poco raro, ya que ella era una sirena y tenía cola de pescado, que todos caían "a sus pies" y que "paseaba" por la ciudad.
Hola, María, es que recordé ese pasaje de los argonáutas de Ulises. Era por eso que los hombres caían desfallecidos tanto por su canto como por su belleza. Me ha parecido muy interesante tu cuento, se podría profundizar un poco más en las razones que llevaron al hombre a beber tanto, tal vez fuera un bebedor compulsivo, tal vez no. Además, los animales que aparecen son bastante simbólicos, la rata con su propagación de la peste, es un animal que obligó al hombre a buscar un remedio contra esa enfermedad tan letal. Gracias por compartir
¡Muchas gracias! En realidad, desde el principio escribiá pensando solo en los animales que podrían ser caníbales en un entorno urbano. Pero luego sí me di cuenta, que son bastante simbólicos, y tanto un perro como un cuervo pueden llevar a los muertos al más allá. Así que bien podría ser que luchaban no por la carne, sino por el alma de aquella persona. Solo las ratas quedan fuera de este teoría :)
Sí, me di cuenta de eso, además podría ser algo más parecido a Rebelión en la granja, en la que los animales ven a los humanos como un peligro para sus derechos.
Yo no los llamaría caníbales, sino antropófagos, puesto que su intención es comer carne humana y no la de sus congéneres :)
Hola, Hilda. ¡Muchas gracias por tu comentario! La verdad que tienes mucha razón respecto a las palabras que debería cambiar (y que son antropófagos y no caníbales :D).
Acerca de "vertedero", pues no sé, lo imaginaba exactamente como una montaña grande de basura, ya que el parque es más bien como parque-bosque que no está en el centro de la ciudad y que no tiene asfalto (obviamente que todo esto se quedó solo en mi cabeza y en ningún momento lo conté en el cuento :D). Porque pensaba mucho en la historia de que en el parque de Bitsa, en el tiempo cuando allí actuaba asesino en serie, los perros callejeros comían los cuerpos, por eso no todas las victimas fueron encontradas. Y dicen que allí todavían viven descendientes de aquellos perros, aunque no he visto hace muchísimo tiempo perros callejeros en Moscú...
Pero equis, la ciudad se llama N, es imaginaria, allí todo puede pasar :D
Saludos :)
Hola, María. Pues sí, ese bosque no está en tu cuento :D Si pensabas en aquella historia a lo mejor habría que modificar algunas partes de la tuya (una de ellas podría ser donde el perro cuenta que hace mucho que no prueba carne humana) e introducir los elementos que faltan: la presentación del parque-bosque, los cuerpos abandonados, los animales carroñeros (pero no asesinos, por lo que tu historia le daría un nuevo giro), el descuido de los ciudadanos que convierte el parque en un vertedero... Ahora que ya está hecha la versión para el reto, no necesitas limitarte más en la cantidad de palabras ;)
Hola, Hilda. ¡Me encantó tu historia, te salió muy chévere! Pero otra vez me quedé con mucha duda e intriga acerca de los personajes :)
Murierón de la manera tan violenta... No me parece que eso pasó durante el robo. Entonces, seguramente tenían el pasado bien rudo aquellas señoras. Unas viejas mosquitas muertas...
Hola, Maria. Muchas gracias por tu comentario. Como ves, el narrador nos transmite lo que le contaron de un crimen ocurrido hace muchos años, a lo mejor un siglo, y a estas alturas sería muy difícil desentrañar el misterio ;)
Por cierto, creo que últimamente voy siguiendo los pasos del autor de "Los cuentos de Juana" (me refiero al uso de un tipo de personajes) y me están saliendo cuentos de viejitas, habría que reunirlos todos... Ah, pero en el Reto 2 no es una viejita :D
Saludos
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