"El
Objeto Olvidado"
Descripción:
Escribe una historia corta (máximo 1000 palabras) centrada en un objeto
aparentemente insignificante que alguien encuentra por casualidad. Este objeto,
aunque parece ordinario (un botón, una carta vieja, una llave oxidada, etc.),
desencadena una serie de eventos inesperados que cambian la vida del
protagonista. La historia debe incluir un giro sorprendente al final.
Instrucciones:
- Elige el objeto: Selecciona un objeto
cotidiano que no llame la atención a primera vista.
- Crea un contexto: Describe dónde y cómo el
protagonista encuentra el objeto. ¿Es en un mercadillo, en el fondo de un
cajón, en la calle?
- Desarrolla la trama: El objeto debe conectar al
protagonista con algo mayor: un secreto, un misterio, una conexión con
otra persona o un evento del pasado/futuro.
- Incluye un giro: El final debe sorprender al
lector, revelando algo inesperado sobre el objeto o su impacto.
- Tono y estilo: Libre, pero debe enganchar
al lector desde el principio.
Ejemplo de inicio para inspirarte:
"Entre el polvo de un mercado de antigüedades, Clara encontró un viejo
relicario con un candado roto. No sabía por qué, pero algo en su diseño
desgastado la hizo comprarlo por un par de monedas. Esa noche, al abrirlo, una
melodía desconocida comenzó a sonar, y con ella, una voz que susurraba su
nombre..."
Plazo de entrega: 25 de septiembre de 2025
Envía tu texto a: cristobaleh@hotmail.com
Federico
López estaba sentado en la cama mirando a través de la ventana. Eran las doce
del día y la luz entraba con fuerza llenando la habitación con una tibieza femenina.
Había un olor dulzón que hacía piruetas en el aíre cuando entraba un poco de
aíre por la rendija de la ventana. Con los ojos extraviados, clavados en las
ventanas del edificio de enfrente, Federico, pensaba que no tenía fin la franja
negra por la que había caminado ya seis meses. Primero el casero le dijo que
desocupara el piso porque lo necesitaba para un familiar, no tenían contrato,
así que se tuvo que ir con sus dos maletas a buscar quien lo asilara. Su
hermana le dijo que, por desgracia, mas no tenían espacio, que Rubén ya estaba
en el bachillerato y se había llevado a vivir a la novia con él. Luego vino el
recorte de personal, al principio se sentía seguro, pero la fluctuación de la
moneda, la caída en bolsa de las acciones de la empresa y las malas relaciones
con el contable crearon un ocre cultivo de venganzas y puñaladas tramperas que
acabaron con el departamento de asesoría comercial. Por último, Aída, todo era
posible, menos que ella le diera la espalda. Con lágrimas amargas, Federico,
salió de la cafetería escupienndo la bilis que le había llenado la boca. No protestó,
no recriminó nada, lo único que dijo fue que nunca se habría imaginado que
siempre la había compartido quedándose solo con las penas, los ratos de
silencio, los gastos y las migajas del supuesto amor que le brindaba
¿Qué
podía hacer? El optimismo se le había desecado, pero no pensaba en abandonar la
vida, de cualquier forma, todo pasaría. Trató de ver las cosas menos grises. Se
fue a una cafetería y pidió un café. Quería ver la vida desde la barrera,
deseaba ver en los demás el éxito que le era vedado. Vio a unos enamorados y
sintió un fuerte hormigueo en las piernas cuando se dio cuenta de que las
parejas irradiaban algo meloso con aroma de sinceridad. Se despojó de sus
recuerdos y los tiró al abismo del olvido. Tenía que hacer algo con urgencia,
la vida le había enseñado que la pasividad es el peor enemigo. “Haz algo, todos
los días, que pueda mejorar tu futuro— se había dicho desde siempre—porque
siempre irás a peor y eso del futuro luminoso es la peor patraña que existe”.
Fue
a la casa de su tío. El pobre Amancio ya no oía muy bien, tenía sus achaques y
la familia lo cuidaba como si fuera una pieza de museo. En realidad, no había
cruzado la línea de los setenta, pero por la enclenque salud que había tenido
siempre pagaba las osadías de su juventud. Al ver a Federico lo abrazó y lo
llevó a su habitación. Con voz baja le dijo:
—Querido,
Fede, de mis sobrinos tú eres a quien más aprecio, Sé que ya no me queda mucho
en este pérfido mundo y quiero que me ayudes a conservar algo muy valioso que
tengo. En mi casa ya sabes cómo son todos. Incrédulos, vanidosos, muy alzados
todos. Lo que te voy a dar requiere estar en manos seguras. Prométeme que nunca
te desharás de él.
—Te
lo juro—dijo para complacer al pariente que ya no se le parecía en nada—.
Confía en mí, tío.
Entonces
sacó una camisa de rayas limpia pero muy desgastada y zurcida.
—Quiero
que guardes esto hasta el último día de tu vida y pase lo que pase, no la
pierdas ni la tires porque tiene un enorme valor.
Con
mucha desconfianza y un poco de rechazo, Federico cogió la prenda.
—Te
lo prometo, tío Amancio. Pase lo que pase…—hizo un gesto de aprobación y se
puso la camisa bajo el brazo—.
Salió
un poco deprimido mirando el paquete que ahora tendría que cuidar como a las
niñas de sus ojos. Cuando llegó a su habitación, saludó a la señora Ana que le
recordó que pronto tendría que pagar la mensualidad. Él afirmó y se fue a
esconder. Una vez en el cuarto sacó la camisa y la puso en una percha, pero
sintió que había algo en el bolsillo. Espulgó un poco y vio un botón raro. Era
de metal y parecía de un uniforme, pero parecía hueco y formado por dos partes.
Lo agitó y creyó oír algo. Entonces giró la parte inferior en sentido contrario
y el botón se dividió. Separó la parte superior y vio con mucho asombro que era
una minúscula brújula. Lo tomó como una broma y la dejó sobre la mesa.
Al
día siguiente se despertó con hambre. Eran ya las once de la mañana y sentía
una pequeña urgencia. Se vistió y salió a tomar el desayuno en una cafetería.
De pronto, surgieron las imágenes de su sueño. Había visto a su tío Amancio de
joven y escuchó la historia que siempre contaba, pero había un detalle que
sabía que nunca había mencionado. Era que esa camisa de su padre le había
salvado la vida y que cuando llegara el momento se la salvaría a otro miembro
de la familia. Sin ser consciente de lo que hacía giró en una calle en la que
unos hombres asaltaban a una mujer, entonces sintió que en el bolsillo algo
vibraba, corrió hacia un policía para avisarle del delito. Más tarde entró en
un edificio de oficinas y un hombre le preguntó si necesitaba trabajo. Hablaron
unos minutos y le ofrecieron un puesto. Quedó de ir al día siguiente. Cuando se
dirigía al parque para comerse un helado se sentó junto a una mujer que lo miró
con curiosidad. Era joven y atractiva, aunque había unas marcas de viruela en
su cara y bajaba un poco el rostro al hablar. Federico la invitó a comer, se
sentía muy atraído. Al día siguiente le aconsejó a una secretaria que pusiera
atención en su trabajo y su alimentación. Un mes después ella se lo agradeció.
Le contó que se había salvado de un infarto. Pasó el tiempo y Federico se
convirtió en un amuleto de la buena suerte.
Juan Cristóbal


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