domingo, 7 de septiembre de 2025

Reto 13

 

"El Objeto Olvidado"

Descripción:
Escribe una historia corta (máximo 1000 palabras) centrada en un objeto aparentemente insignificante que alguien encuentra por casualidad. Este objeto, aunque parece ordinario (un botón, una carta vieja, una llave oxidada, etc.), desencadena una serie de eventos inesperados que cambian la vida del protagonista. La historia debe incluir un giro sorprendente al final.

Instrucciones:

  1. Elige el objeto: Selecciona un objeto cotidiano que no llame la atención a primera vista.
  2. Crea un contexto: Describe dónde y cómo el protagonista encuentra el objeto. ¿Es en un mercadillo, en el fondo de un cajón, en la calle?
  3. Desarrolla la trama: El objeto debe conectar al protagonista con algo mayor: un secreto, un misterio, una conexión con otra persona o un evento del pasado/futuro.
  4. Incluye un giro: El final debe sorprender al lector, revelando algo inesperado sobre el objeto o su impacto.
  5. Tono y estilo: Libre, pero debe enganchar al lector desde el principio.

Ejemplo de inicio para inspirarte:
"Entre el polvo de un mercado de antigüedades, Clara encontró un viejo relicario con un candado roto. No sabía por qué, pero algo en su diseño desgastado la hizo comprarlo por un par de monedas. Esa noche, al abrirlo, una melodía desconocida comenzó a sonar, y con ella, una voz que susurraba su nombre..."

Plazo de entrega: 25 de septiembre de 2025

Envía tu texto a: cristobaleh@hotmail.com





El botón

Federico López estaba sentado en la cama mirando a través de la ventana. Eran las doce del día y la luz entraba con fuerza llenando la habitación con una tibieza femenina. Había un olor dulzón que hacía piruetas en el aíre cuando entraba un poco de aíre por la rendija de la ventana. Con los ojos extraviados, clavados en las ventanas del edificio de enfrente, Federico, pensaba que no tenía fin la franja negra por la que había caminado ya seis meses. Primero el casero le dijo que desocupara el piso porque lo necesitaba para un familiar, no tenían contrato, así que se tuvo que ir con sus dos maletas a buscar quien lo asilara. Su hermana le dijo que, por desgracia, mas no tenían espacio, que Rubén ya estaba en el bachillerato y se había llevado a vivir a la novia con él. Luego vino el recorte de personal, al principio se sentía seguro, pero la fluctuación de la moneda, la caída en bolsa de las acciones de la empresa y las malas relaciones con el contable crearon un ocre cultivo de venganzas y puñaladas tramperas que acabaron con el departamento de asesoría comercial. Por último, Aída, todo era posible, menos que ella le diera la espalda. Con lágrimas amargas, Federico, salió de la cafetería escupienndo la bilis que le había llenado la boca. No protestó, no recriminó nada, lo único que dijo fue que nunca se habría imaginado que siempre la había compartido quedándose solo con las penas, los ratos de silencio, los gastos y las migajas del supuesto amor que le brindaba

¿Qué podía hacer? El optimismo se le había desecado, pero no pensaba en abandonar la vida, de cualquier forma, todo pasaría. Trató de ver las cosas menos grises. Se fue a una cafetería y pidió un café. Quería ver la vida desde la barrera, deseaba ver en los demás el éxito que le era vedado. Vio a unos enamorados y sintió un fuerte hormigueo en las piernas cuando se dio cuenta de que las parejas irradiaban algo meloso con aroma de sinceridad. Se despojó de sus recuerdos y los tiró al abismo del olvido. Tenía que hacer algo con urgencia, la vida le había enseñado que la pasividad es el peor enemigo. “Haz algo, todos los días, que pueda mejorar tu futuro— se había dicho desde siempre—porque siempre irás a peor y eso del futuro luminoso es la peor patraña que existe”.

Fue a la casa de su tío. El pobre Amancio ya no oía muy bien, tenía sus achaques y la familia lo cuidaba como si fuera una pieza de museo. En realidad, no había cruzado la línea de los setenta, pero por la enclenque salud que había tenido siempre pagaba las osadías de su juventud. Al ver a Federico lo abrazó y lo llevó a su habitación. Con voz baja le dijo:

—Querido, Fede, de mis sobrinos tú eres a quien más aprecio, Sé que ya no me queda mucho en este pérfido mundo y quiero que me ayudes a conservar algo muy valioso que tengo. En mi casa ya sabes cómo son todos. Incrédulos, vanidosos, muy alzados todos. Lo que te voy a dar requiere estar en manos seguras. Prométeme que nunca te desharás de él.

—Te lo juro—dijo para complacer al pariente que ya no se le parecía en nada—. Confía en mí, tío.

Entonces sacó una camisa de rayas limpia pero muy desgastada y zurcida.

—Quiero que guardes esto hasta el último día de tu vida y pase lo que pase, no la pierdas ni la tires porque tiene un enorme valor.

Con mucha desconfianza y un poco de rechazo, Federico cogió la prenda.

—Te lo prometo, tío Amancio. Pase lo que pase…—hizo un gesto de aprobación y se puso la camisa bajo el brazo—.

Salió un poco deprimido mirando el paquete que ahora tendría que cuidar como a las niñas de sus ojos. Cuando llegó a su habitación, saludó a la señora Ana que le recordó que pronto tendría que pagar la mensualidad. Él afirmó y se fue a esconder. Una vez en el cuarto sacó la camisa y la puso en una percha, pero sintió que había algo en el bolsillo. Espulgó un poco y vio un botón raro. Era de metal y parecía de un uniforme, pero parecía hueco y formado por dos partes. Lo agitó y creyó oír algo. Entonces giró la parte inferior en sentido contrario y el botón se dividió. Separó la parte superior y vio con mucho asombro que era una minúscula brújula. Lo tomó como una broma y la dejó sobre la mesa.

Al día siguiente se despertó con hambre. Eran ya las once de la mañana y sentía una pequeña urgencia. Se vistió y salió a tomar el desayuno en una cafetería. De pronto, surgieron las imágenes de su sueño. Había visto a su tío Amancio de joven y escuchó la historia que siempre contaba, pero había un detalle que sabía que nunca había mencionado. Era que esa camisa de su padre le había salvado la vida y que cuando llegara el momento se la salvaría a otro miembro de la familia. Sin ser consciente de lo que hacía giró en una calle en la que unos hombres asaltaban a una mujer, entonces sintió que en el bolsillo algo vibraba, corrió hacia un policía para avisarle del delito. Más tarde entró en un edificio de oficinas y un hombre le preguntó si necesitaba trabajo. Hablaron unos minutos y le ofrecieron un puesto. Quedó de ir al día siguiente. Cuando se dirigía al parque para comerse un helado se sentó junto a una mujer que lo miró con curiosidad. Era joven y atractiva, aunque había unas marcas de viruela en su cara y bajaba un poco el rostro al hablar. Federico la invitó a comer, se sentía muy atraído. Al día siguiente le aconsejó a una secretaria que pusiera atención en su trabajo y su alimentación. Un mes después ella se lo agradeció. Le contó que se había salvado de un infarto. Pasó el tiempo y Federico se convirtió en un amuleto de la buena suerte.

                                                                        Juan Cristóbal





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