miércoles, 3 de septiembre de 2025

Reto 12

 

Reto de Escritura Creativa: La Carta Misteriosa

Instrucciones: Escribe una historia corta (de 1000 palabras) basada en el siguiente disparador:

Encuentras una carta antigua en el desván de tu casa. Está escrita a mano, con una caligrafía elegante, y está dirigida a alguien con tu mismo nombre, pero fechada hace 100 años. La carta menciona un secreto que debe permanecer oculto "a toda costa".

Puntos a incluir:

  • Describe cómo encuentras la carta y qué sientes al leerla.
  • ¿Qué pistas da la carta sobre el secreto? (No es necesario revelarlo completamente).
  • Incluye un giro inesperado al final de la historia.

Opcional: Si quieres un desafío extra, escribe la historia desde la perspectiva de un objeto inanimado (por ejemplo, la carta misma, una lámpara en el desván, etc.).

Consejo: Usa detalles sensoriales (vista, tacto, olor) para hacer la escena más vívida.

Plazo de entrega 15 de septiembre

Enviar el escrito a:

cristobaleh@hotmail.com






A Ferdinand

Ferdinand estaba leyendo un libro de historia para preparar su clase sobre el general Philippe Pétain. No quería ser superficial y tedioso, pues tenía impuesta la norma de lo políticamente correcto, ya que el rector había sido muy claro en la última reunión anual.

 “Señores, les pido de favor que no hagan referencia a ninguna posición o actitud antisemita en las clases, sobre todo en las de historia. Y si es necesario ocultar o suavizar alguna opinión de nuestros grandes líderes y héroes del pasado, tendremos que hacerlo, pero de una forma imperceptible, usen la retórica en favor de la comunidad académica. Muchas gracias”.

No tenía más remedio que centrarse en los acontecimientos más trascendentales y evitar algunos datos comprometedores. Le surgió la duda sobre la condición mental de aquel héroe venido a menos. En realidad, era normal que un hombre que había llegado a los noventa y cinco años, tuviera despistes y olvidos durante su trayectoria militar y política, pero ¿qué consecuencias había traído dejarlo en el poder? ¿se habría podido predecir lo que iba a hacer?

Ya había consultado varios de los libros que tenía sobre él, pero lo oprimía una sensación de vacío, algo faltaba, había un detalle escurridizo que se le había ido a los biógrafos. Cogió los libros de Pellissier, de Lottman, Atkin, William y se puso a hacer anotaciones sobre todo lo que había subrayado en sus lecturas de estudiante. Hizo un diagrama mental de las referencias biográficas, los autores, los sucesos más importantes en la vida del caudillo galo y dejó un espacio para poner las cosas que debía evitar como el antisemitismo, la enfermedad del Alzheimer y las graves consecuencias de sus indecisiones en la senectud.

Una vez terminado el croquis, se sentó frente al ordenador y se puso a buscar noticias. Le llamó mucho la atención que los medios informativos habían comenzado a cambiar su retórica. Ya no había beligerancia en la actitud de los locutores y presentadores. El tono era más realista y se percibía que se estaba encubriendo algo. Decidió ir a los medios alternativos y confirmó sus sospechas. El país estaba al borde de una crisis. Ya habían pasado los cuatro años obligatorios desde la última burbuja y era el momento de prepararse para el sunami. Se consoló pensando en que lo poco que tenía estaba invertido en oro y que muy probablemente su capital iría al alza. Recordó a Marie que le dijo:

“Ferdinand, he oído a los profes de economía y todos dicen que el dólar se va al carajo, que es el momento de comprar oro, ¿tú tienes dinero en el banco?”.

Fue ridícula la suma que mencionó Ferdinand, pero aún así, se compró una onza y se la llevó a su casa con la esperanza de que en el futuro creciera su valor. Comió tranquilamente, disfrutó de uno de sus mejores vinos y, cuando se disponía a ducharse, sucedió algo muy extraño. La luz de las lámparas comenzó a parpadear, el sonido se difuminó y sintió que algo le dolía. Era la pierna que se le había acalambrado, entonces despertó.

Ya eran las nueve de la mañana. Se levantó y se fue a duchar. Durante el baño estuvo pensando en su sueño. Era muy extraño que se le hubieran revelado tantas cosas de un hombre del que apenas había leído algo. Si era verdad que era profesor de historia, pero su especialidad era la historia universal y sabía más del mundo antiguo que del moderno, además no le interesaba nada de lo que decían Fukuyama, Harari y otros pensadores a los que consideraba oportunistas y fantoches. Decidió afeitarse la barba, no le gustaban las canas que comenzaban a darle un tono gris a su mentón. Al verse desbarbado le sorprendió su aspecto. Ya no encajaba con el hombre de facciones finas de antes. Se le había manchado la parte superior de la cara, pero las ojeras se disimulaban más y eso le agradó. Se preparó el desayuno, miró su horario por si se le había olvidado algo y confirmó que solo tenía dos clases por la tarde. Tenía toda la mañana para prepararse y repasar algún pasaje de interés, incluso podría ver una de sus películas favoritas como la de Alejandro Magno con Richard Burton y Claire Bloom o Espartaco.

De pronto, recordó que en el desván se había dejado, hacía muchos años, una colección de almanaques y sintió curiosidad, quiso recordar aquellas lecturas estudiantiles que le gustaban tanto. Recordó el programa de radio en el que comenzaban la transmisión con la frase.:

“En un día como este, pero de 1972…”.

¡Cuánto echaba de menos aquella época! En la que el tiempo era más tangible, días en los que era importante encontrarse con los amigos o con alguna novia para disfrutar de los placeres de la vida. Ventanas del tiempo para gozar, incluso, de aquellos momentos agridulces que habían sido infravalorados. Subió por la estrecha escalera y tuvo que encorvarse bastante para entrar a aquel espacio húmedo y con olor a rancio. Encontró los libros que buscaba y su vista se encontró con un ejemplar de Richard Griffiths. Le pareció muy extraño encontrar ese libro. Quizás fuera su padre quien lo había adquirido y lo había abandonado allí. Tenía pasta dura y las hojas estaban amarillas, era una edición de 1970. ¿Qué hacía allí? Lo abrió por curiosidad y encontró una carta.

Querido Ferdinand, soy tu abuelo real, te hemos dado en adopción, pero eres de la familia Petán. Sé, por intuición, que serás historiador. Te pido, por favor, que, si alguna vez llegas a hablar de mí, tomes en consideración que nunca sufrí la pérdida de mis facultades mentales y fui consciente de todo lo que hice. ¡Que me juzgue la historia! No tenga nada más que decir. Te quiero y respetaré siempre tu opinión sobre mí.

Tu abuelo,

Enrique Felipe Homero Benoua Petán

                                                                                       Juan Cristóbal






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