domingo, 15 de junio de 2025

RETO 7

 

Escribir un cuento en el que los personajes cuenten por separado un acontecimiento de cualquier tipo.
El género es libre.

Límite de palabras: 1000
Fecha límite de entrega: 10 de julio.
!Manos a la obra! !El mundo necesita tus palabras!

Envía tu cuento a:

cristobaleh@hotmail.com










900

Carl Smith—Encontramos una parte del barco casi intacta, fue un milagro que el cuerpo no saliera volando en pedazos. Me avisó John. Cuando lo vi, estaba encogido abrazando un disco. Sin rastros de sangre y vestido de marinero. El forense dijo que seguramente la muerte había sido producida por un paro…, ya sabe el corazón no resistió la onda expansiva de la explosión. Pobre tipo.

John Brown—Acudí por petición de un vendedor de anticuarios. Llamó a la comisaría y dijo que había un hombre en peligro de muerte. Acudí al lugar un poco antes de la explosión y vi al trompetista tocando muy tristemente una melodía suave. Cuando tocó la última nota explotó el barco. Caímos con fuerza y Max se puso a llorar. Creí que se había lastimado, pero su llanto no era de dolor físico. Luego me contó toda la historia y nos acercamos a lo que quedó de la embarcación, se había pulverizado, sin embargo, vimos un camarote que había sido catapultado por arte de magia. Corrimos hacia allí y vimos que había alguien.

Capitán del trasatlántico—¡Claro que lo conocí! Me habían asignado el Viginian después de la jubilación del capitán Sanders. Me sorprendió mucho su historia, que me pareció una patraña, pero Danny Buckman, su padre adoptivo, me lo contó todo. Le di a Novechento el grado de Alférez de fragata como reconocimiento al prestigio que le había dado al Virginian, ¿sabe? Era como la marca personal de nuestro barco. Le habría dado un premio por su música, pero no tenía los poderes de la Academia…bueno, usted me entiende. Ojalá y se hubiera quedado en tierra cuando tuvo el encuentro con aquella chica. Bueno, si me perdona…Tengo mucho que hacer. Buenos días.

Danny Buckman— Yo era carbonero, salía poco de la caldera y deseaba siempre llegar a América para disfrutar de lo que teníamos en Europa. Cerca del puerto de Nueva York lo teníamos todo. Nos encantaban los bares y los “Lugares de esparcimiento”—era así como le decíamos a los burdeles. Tomábamos baños, comprábamos ropa nueva y nos íbamos a divertir. ¡Buaah, buaah! Todavía recuerdo cómo disfrutábamos con el glug-glug de las botellas y los besos de aquellas chicas. ¡Esos eran buenos tiempos! ¡Sí, señor! Bueno, el caso es que una vez estaba un poco enfermo y no bajé del barco, fui a revisar unas válvulas y cuál sería mi sorpresa cuando vi a un bebé en el suelo. Corrí a buscar a sus padres, pero nadie lo reconoció como suyo. Se lo comuniqué al capitán Sanders y lo reportamos a la policía, pero ¡Nanay, nadie nos lo reclamó!!Yo no sabía qué hacer! Le pedía ayuda a todo mundo, pero cuanto más imploraba, más solo me quedaba…Pasó el tiempo y me encariñé con él. Era un niño enclenque, débil, pero en sus ojos se notaba la curiosidad. Le gustaba dormirse en el gran salón y fue allí donde empezó a tocar. Primero imitaba a Charles el pianista del barco. Pero, no me lo va a creer. A los seis años ya tocaba todos los villancicos y cuando se enfermó una noche Charles, el muy diablo se sentó a tocar para los pasajeros y dejó a todos con la boca abierta. Pronto Charles se negó a competir con el niño Mozart y Novechento tocó desde esa edad hasta que al Virginian le llegó el desguace. Lo demás ya lo sabe.

Max Tooney— Soy trompetista, conocí a Novechento en 1920. Toqué con él y nos hicimos muy buenos amigos. A decir verdad, es el mejor amigo que he tenido y con quien más me he identificado. Era para mí, más que un hermano. Lo pasé todo con él. La pasión por la música, la creación, la decepción, la sorpresa…ya sabe, todo lo que experimenta un músico… Pero hay dos cosas que marcaron nuestra vida y, podría decir que lo transformaron por completo. La primera es la gran victoria en el duelo de pianistas. En el salón del Virginian se llevó a cabo el duelo más grande del mundo. Se enfrentaron el desconocido mundialmente, pero no menos talentoso Novechento y el mismísimo Roll Morton pianista brillante y supuesto creador del jazz. Eso daría para un libro, una película y un monumento a la música en el mismísimo centro de Nueva York. Todos los asistentes a esa confrontación recordarán con emoción y euforia ese día. Novechento empezó como acojonado por el presumido gorila que lo despreció desde el principio, pero cuando ya no teníamos esperanza en que ganara…!Joder, solo recordar la cara del mono, me hace disfrutar de nuevo ese triunfo! ¿Sabe? Novechento había repetido una melodía de Roll y éste decidió darle una lección, se puso a tocar sus mejores notas de la forma más rápida que podía y al terminar le dio una colilla de cigarrillo que el arrogante gorila había puesto en el piano al empezar su improvisación…Fue entonces cuando sucedió el milagro. Novechento escupió, cogió un cigarrillo apagado, lo puso en la tapa frontal y empezó a tocar la famosísima “Enduring Movement”. No lo va a creer, pero cuando terminó lleno de sudor, recobró la consciencia, porque estaba poseído, y abrió el piano, se acercó a las cuerdas agudas que estaban al rojo vivo y encendió el cigarrillo, la gente volvió de su letargo hipnótico y Novechento le puso al mono el cigarrillo en la boca: “Fúmate esto—le dijo—. Yo no fumo”.

—Muchas gracias por toda la información, Max. Había pensado en entrevistar a Morton, pero creo que no le gustaría recordar aquella mala experiencia. Por cierto, no me ha dicho nada del disco que tenía abrazado Novechento.

—Ah, pues es que le propusieron grabar su música. Él lo hizo, pero luego me dijo que no quería que se comercializara su música. Cogió el disco y corrió detrás de una chica que le había gustado, pero no la logró alcanzar. Ella desapareció y Novechento se marchitó con su recuerdo…



REDENCIÓN

 

I

Yo se lo advertí: aunque la señora es lo bastante compasiva como para salvarlo a uno de la calle (como a mí o como a él, que lo trajo a casa, lo aseó, le dio comida y cama), también es una fanática de sus plantas y la pone histérica que alguien le descomponga los “jardines” verticales que mantiene en el alféizar. Pero él no me hizo el menor caso. Y ayer, como se aburría aquí sin otra cosa que hacer que mirar por la ventana cómo el viento juguetea con los árboles, se puso a olisquear las flores, a toquetear los tallos, a frotar algunas hojas, a probar uno que otro brote e incluso a escarbarles un poco la tierra, parecía que las flores lo hubieran embriagado; total, que de tanto mover las macetas, se le cayó una. Ambos nos asustamos y él intentó esconder los estropicios, pero resultó peor porque, por las prisas, la planta quedó totalmente destrozada. Cuando ella volvió, se enojó muchísimo. Él está ahora encerrado en el desván y se le oye cómo lloriquea bajito. Le he pedido a la señora que lo perdone, que ya ha escarmentado y seguramente no volverá a hacerlo, pero ni me mira siquiera. Creo que debía de ser una planta muy valiosa. En fin, yo de eso no entiendo mucho.

 

II

¡Malhaya con la vieja! ¡Aay, tan bien que andaba yo paseando por ahíí! Es cierto que aquí no hace frío y que me ha dado de comer, pero a cambio hasta las orejas me ha restregado y ahora me dejará morir aquí solito, por lo menos es lo que teme la educanda esa ojiverde. La oigo suspirar tras la puerta. Suspira y repite que ya me había advertido que tuviera cuidado con hacerla enojar. Y ella la conoce mejor: lleva un año de recogida... ¿Y qué tendría la dichosa planta habiendo tantas en la calle? ¿Por qué me han encerraaadooo? ¿Por qué no me sueeeltaaan? ¡Aay!¿Por qué no meee...? ¡Aaaay!

 

III

¿Quién me manda meterme a samaritana? Si estos no entienden. Con la vida de reyes que aquí llevan... ¡malagradecidos! ¿Y qué le hizo mi pobre mini violeta para que me la destrozara así? Tan bonita que estaba ya con sus pequeñas varitas florales. ¡Ah, malandro! Y yo que le tuve lástima y le di cobijo en mi casa para que no pasara frío ahora que se acerca el invierno; pero no, si ya es todo un señor bandido, aunque no sea más que un crío. Y mira cómo me ha dejado el suelo. Sí, ya sé que tú hace tiempo que has olvidado las malas costumbres. ¡Vamos, cálmate! No des tantas vueltas, que me vas a marear... Pero ya me va a conocer a mí ese... ya le quitaré yo las malas mañas, así lo tenga que encerrar en una jaula como a un canario.

 

IV

Afuera el viento ululaba arrancando las hojas de los álamos y las jacarandas y persiguiéndolas por calles y callejones.

La mujer se puso unos audífonos y, acompañada por su música favorita, empezó a recoger los tepalcates y a limpiar la tierra esparcida por todos lados. Cuando encontró junto a una pata del sofá una hojita entera (“sin magullar casi, hasta con tallito”), su corazón dio un salto gozoso y de inmediato decidió colocarla en una macetita para reproducirla.

Por toda la habitación la seguía una gata de ojos grandes y verdes y le murmuraba algo, pero su ronroneo no podía traspasar la muralla que habían levantado las trompetas y los guitarrones de un mariachi que fusionaba desaforadamente una jota con una ranchera.

 

Hoy el día también es frío y la mujer ha salido muy abrigada al trabajo. El silencio de la casa lo interrumpe un agudo plañido que brota del desván y que poco a poco se va debilitando. Afuera el viento desmelena los árboles impunemente.

HG




Un incidente en un café cerca de la alcaldía de la ciudad de O.

 

Al lado de un café cerca de la alcaldía de la ciudad de O. dormía una perra. Estaba tumbada boca arriba, mostrando descaradamente dos hileras de pezones hinchados y extendiendo sus patas polvorientas en diferentes direcciones. La perra descansaba. Tenía todo el derecho a un pequeño reposo, pues había dado a luz y ahora amamantaba sin parar a casi una docena de cachorros.

Junto al lugar que la perra había elegido para la siesta había tres mesas: dos estaban ocupadas y en una, alguien hablaba. La perra movía la oreja, escuchando la conversación a medio sueño. No hay nada más rico para los perros que quedarse dormidos escuchando la conversación de la gente, porque no soportan la soledad.

Un gran coche negro se detuvo frente del café. La perra abrió los ojos con dificultad y miró. Nada interesante. El coche no la asustó; en su vida ya se había acostumbrado a estos monstruos de cuatro ruedas.

Pero de repente oyó unos gritos. Primero gritó una chica, luego un hombre. La perra se levantó y se sacudió con desgana.

“¡Ni cinco minutos de descanso para una madre soltera!”, pensó con fastidio y caminó lentamente hacia la alameda central. Allí, en el sótano de una casa medio en ruinas, la esperaban los cachorros, como siempre hambrientos.

¡La siesta se acabó!

***

En un café cerca de la alcaldía de la ciudad de O., estaban sentadas dos mujeres: una era muy gorda y la otra, como diría el clásico, flaca. La primera comía helado y lo acompañaba con un glacé, la segunda se conformaba con agua fría con limón.

Ni el peor escribidor habría escrito semejante cliché, pero como bien sabemos: la vida verdadera está llena de vulgaridades y cursilerías, y a veces ocurren cosas incompatibles con las bellas letras de calidad.

Las mujeres trabajaban en la alcaldía. La gorda, en la oficina de contabilidad, y la flaca era secretaria. Ahora les tocaba su merecido almuerzo, y cada una tomaba lo que le apetecía.

—¡El presupuesto! ¡Y el presupuesto!... —se quejó la gorda, llevándose una cucharada de helado a la boca—. ¡Sin bonificaciones, sin pagos extra!...

—¡Qué va! —asintió la flaca. —Ni recuerdo la última vez que me fui de vacaciones. Trabajo sin días libres, y ¿para qué?...

— Si ese —la gorda miró de reojo la alcaldía— no dimite para el otoño, yo me iré a Tver. Mi cuñada trabaja allí en la administración; ya me encontrará un sitio.

—¡Y yo me voy a la capital! —declaró la flaca con orgullo—. Estoy harta de la provincia, aquí solo hay margi/...

—¿Otra vez? ¿Otra vez? —el chillido de un hombre impidió que la flaca terminara su frase.

“¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado?”, las mujeres se miraron confundidas.

Solo entonces se dieron cuenta de que un coche se había detenido junto a ellas y todos se alarmaron. Una camarera salió corriendo del café, gritando algo incomprensible. Luego apareció un hombre, gritando “otra vez, otra vez”. Después el tipo entró en el café, y al par de minutos de nuevo apareció en la calle, vociferando “me prometiste, me prometiste”. Y luego, ¡zas!, el coche se alejó rápidamente.

—¡Dios mío! —exclamó la flaca.

—Bueno, volvamos. Si no, ese —la gorda volvió a mirar de reojo la alcaldía— se volverá loco.

¡La hora del almuerzo se acabó!

***

Al lado de un café cerca de la alcaldía de la ciudad de O. se detuvo un carro negro. Había un hombre al volante y una chica en el asiento del copiloto. Se acababan de casar, eran desposados.

—¿Quieres algo, amorcito? —preguntó la esposa con voz melosa.

El hombre sonrió y negó con la cabeza.

—¡Y yo necesito café! ¡Si no me tomo un café ahora mismo, me voy a poner fatal! —lo besó en la mejilla y salió corriendo hacia la calle.

Él la siguió con la mirada. Una esposa, eso era inusual. El anillo de oro que brillaba en su dedo anular, eso también era inusual. Dos semanas juntos, a solas, eso ya había pasado antes, pero la luna de miel le daba al viaje un matiz especial.

—¡Bueno, vámonos! —dijo al regresar la esposa con voz jadeante—. ¡Vámonos, vámonos, rápido!

El hombre giró la llave de contacto, listo para irse, pero de repente vio a una camarera salir corriendo del café. Gritaba algo, su cara reflejaba espanto. El hombre bajó la ventanilla del copiloto.

—¡No ha pagado! ¡No ha pagado! —repetía la camarera.

El hombre se puso morado de ira. Miró severamente a su esposa y maldijo.

—¡Se me olvidó pagar! —dijo ella entre dientes. Su aliento todavía no se tranquilizó, pero la euforia ya había pasado: la picardía fue arruinada.

El marido salió del coche y, gritando “otra vez, otra vez”, se dirigió al café. Allí dejó mil rublos en la barra y salió corriendo a la calle, repitiendo “me prometiste, me prometiste”.

—¡Se me olvidó pagar! ¿Qué no está claro? —dijo su mujer, ofendida cuando él volvió al coche.

El hombre arrancó el motor y el carro desapareció rápidamente del lugar del crimen.

—¡Necesitas tratamiento! ¡Eres una ladrona chiflada! —dijo, agarrando el volante con más fuerza para no agarrar accidentalmente el frágil cuello de su mujer.

¡El idilio de recién casados ​​se acabó!

***

En un café cerca de la alcaldía de la ciudad de O., estaba sentada una mujer joven bebiendo lentamente vino blanco de una copa empañada. Sobre la mesa, frente a ella, había un bolígrafo y una libreta gruesa.

Hoy era su día libre. Hoy había estado paseando por la ciudad.

Desde la mañana, la mujer joven observaba y escuchaba todo lo que pasaba a su alrededor. Hurgaba en los contenedores de basura con un palo en busca de algo inusual, hablaba con jubilados y se metía en casas abandonadas. ¡Na-da! ¡No pasaba nada en la ciudad de O.! Alguien podría haberla tomado por una espía o una enferma mental, pero ella solo buscaba argumentos. La mujer joven era escritora.

Llevaba varias semanas sin escribir.

Siempre tomaba todas sus historias de la vida real: algo que veía, algo que oía. La última vez escribió sobre un anciano descalzo que molestaba a los niños, sobre pescadores y sobre una ahogada de la isla Klichen. ¿Y ahora qué? No sabía. La ciudad había caído en un letargo, se había hundido en una hibernación informativa, y su creatividad estaba sumida en el estancamiento.

La mujer joven miraba perezosamente a la perra que se calentaba la panza al sol, escuchaba a medias las quejas de las funcionarias y pensaba en lo suyo.

—¿Otra vez? ¿Otra vez? —el grito del hombre la sacó de sus pensamientos.

La mujer joven aguzó el oído y se puso a escuchar atentamente. Observó la escena con interés, con los ojos bien abiertos: había ira, vergüenza, desesperación; gritos teatrales; y trastornos mentales. ¡Una trama maravillosa, excelente!

Cuando el coche negro se alejó, ella miró a su alrededor con alegría, como si quisiera intercambiar opiniones sobre lo sucedido con otros testigos. Pero la perra ya se había ido, y las funcionarias habían regresado a la alcaldía.

La escritora pagó el vino y se apresuró a casa.

Decidió que, en cuanto llegara, se sentaría a escribir una historia sobre una cleptómana. ¡No! Mejor escribiría sobre una perra que acababa de parir, unas funcionarias quejonas, una cleptómana pasajera y su marido desesperado.

¡El bloqueo se acabó!

                                                                María



10 comentarios:

H.G._curucuta dijo...

Hola, Juan Cristóbal. Muchas gracias por tu historia. Me ha gustado mucho la manera en que vas armando el rompecabezas ;) Como no he visto la película, no sé si has modificado mucho, me imagino que sí, que habrás imaginado cosas que ahí no se cuentan :)) Gracias por compartirla.
Saludos

H.G._curucuta dijo...

Ah, se me olvidaba decirte que el vídeo no se ve, aparece un cuadrado vacío, como si fuera una imagen que no se hubiera cargado.

Juan Cristóbal E Hudtler dijo...

Hola, Hilda, me ha parecido muy bueno tu cuento, sobre todo por ese conflicto entre el mundo de la señora, regido por conceptos bastante específicos, y la irrupción de un invitado inesperado que los desconoce. Los personajes están muy bien logrados y los elementos como el aíre y la música le dan vitalidad a las imagenes y a esa vida nueva a la que tiene que adaptarse el nuevo miembro, le guste o no.
Gracias por compartirlo.

H.G._curucuta dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Juan Cristóbal. Saludos

María Gorodentseva dijo...

Hola, Juan Cristóbal. Me gustó tu texto, cómo lo has hecho a la manera de una entrevista. En realidad yo tampoco he visto la película "La leyenda del pianista en el océano", pero después de leer tu cuento me dio muchas ganas de hacerlo ;)

María Gorodentseva dijo...

Hola, Hilda. ¡Que buena historia sobre gatitos! Me encantó la frase del viento, lo imaginé muy vivo cómo el viento juega con las hojas en pilla pilla :)
Lo curioso es que dicen que violetas son las flores con energía masculina, y por eso es mejor que solo los hombres las cuidan, y si en casa de una mujer hay violetas, ella tiene posiblidad quedarse soltera. Así que el crimen del gato no está en todo mal :D

H.G._curucuta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
H.G._curucuta dijo...

Hola, María. Te agradezco el comentario. En realidad, la idea de introducir al viento, juguetón y malcriado, era que contrastara con la vida de la gata, ya reeducada, y el castigo del gatito. Ah y lo que hizo el gatito puede ser un crimen solo partiendo de una bondad hasta cierto punto hipócrita, ya que esperamos que el animal se someta a todas nuestras reglas y de hecho, mientras los "educamos", se podría decir que ejercemos cierto maltrato sobre ellos.

Tu cuento me parece muy bueno, realmente poliédrico. Logras atrapar la atención desde el principio y cada nueva perspectiva nos aporta nuevos datos. Me ha gustado también que, en lugar de un narrador, hayas introducido a una escritora que une todos los puntos de vista en una sola historia. Muchas gracias por compartirlo.

Saludos

María Gorodentseva dijo...

¡Gracias, Hilda!
Yo estaba muy contenta al escribir este cuento porque "la escritora" soy yo, y todo lo demás es lo que oí y vi en verano pasado cuando vivía en Ostashkov :D

H.G._curucuta dijo...

La verdad es que me imaginaba que eras tú; pero en el texto funciona bien, independientemente de lo biográfico ;)

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