El género es libre.
Reto adicional:
La escena o historia puede transcurrir en un sueño.
El número máximo de palabras es de 1000
🗓 Fecha límite de entrega: 31 de mayo.
¡Manos a la obra! El mundo necesita tus palabras.
envía tu texto a:
cristobaleh@hotmail.com
El sueño de una noche de verano
La ciudad estaba sumida en un calor insoportable. Era tan
intenso que ni siquiera de noche se respiraba bien.
Tamara se tumbó desnuda en la cama como una estrella. Se alegró
de que su esposo estuviera de viaje: por fin podía dormir vestida de Eva. Normalmente,
él no aprobaba esto:
—¡Siempre hay que dormir en pijama! Aunque sea en un
lecho matrimonial. Es imprudente ignorar las normas de la decencia ante nuestro
Señor Jesucristo y la sociedad.
Tamara a menudo se preguntaba de qué “sociedad” él
hablaba, pero intentaba no discutir con su marido; era parte de su carácter.
Cuantas menos peleas, menos estrés: nunca le interesó defender su opinión.
Así que la mujer se desvistió, encendió el ventilador,
echó al suelo la sábana que le servía de cobija en los meses veraniegos y se
durmió. Y, ya fuera por el calor o por el cansancio, enseguida tuvo un sueño.
Soñó que estaba en un rellano del edificio; hacía frío y
casi no había luz. Miró a su alrededor y vio dos puertas idénticas. ¿Adónde ir?
Era como en un cuento de hadas: si vas a la izquierda, perderás el caballo; si
vas a la derecha, perderás la cabeza. Lógicamente, debería avanzar hacia adelante
para sobrevivir, pero había un muro delante y detrás de ella. Fue inevitable:
ella tenía que elegir. La puerta derecha estaba cerrada, pero la izquierda, en
cambio, se abrió con facilidad, y Tamara entró en el departamento.
Como suele ocurrir en los sueños, que no obedecen a las
leyes de la lógica ni del tiempo ni el espacio, se encontró inmediatamente en
la cocina. Había dos personas allí: aparentemente un matrimonio. El hombre,
alto, delgado, con el pelo ligeramente canoso, fumaba por la ventana, sin
apartar la vista del periódico que sostenía en la mano. Y la mujer, regordeta y
corpulenta, con rulos, estaba sentada en un pequeño taburete, pelando papas
sobre un cubo de basura; tenía la cara roja y sudorosa por el agotador trabajo.
Nadie reparó en Tamara, y ella observaba su modesto ambiente con curiosidad.
Ellos tenían una tetera esmaltada calentándose en la cocina de gas, un
refrigerador zumbaba en un rincón, del techo colgaba solo una bombilla, y en el
alféizar de la ventana estaban...
—¡Ay! —exclamó la mujer, dejando caer un cuchillo y una
papa al cubo de basura—. ¿Quién eres? ¡Ay, qué ramera! ¿Por qué andas desnuda
por aquí?
Tamara, asustada por la inesperada atención, aceleró como
una flecha hacia la puerta principal. Corrió un buen rato, demasiado largo para
un departamento tan pequeño, y durante todo el camino oía a la mujer gorda
vociferar de manera histérica.
Y de nuevo se encontró en el rellano, entre dos
departamentos y dos muros. La puerta derecha seguía cerrada, y la izquierda...
Tamara se acercó de puntillas y pegó la oreja, intentando entender de qué
hablaban dentro.
—¡Desnuda! ¡Completamente desnuda! Y la vi, igual que te
veo a ti... —gritaba la gorda.
—¡Cállate, zonza! —le respondió severamente su marido—.
Alucinaste por el calor de la cocina. ¡No había nadie!
El interés y la exaltación se apoderaron de Tamara y
abrió la puerta tratando de no hacer mucho ruido. De nuevo se encontró en la
cocina. La situación había cambiado un poco: ahora la señora fumaba, apoyada
con los codos en el fregadero, y el hombre estaba sentado a la mesa con las
piernas cruzadas.
—Pero sigo diciéndote que la vi... —la gorda no podía
tranquilizarse.
Por alguna razón, Tamara de repente se alegró mucho. Ella
tosió varias veces para llamar la atención de la pareja, y luego les saludó
amistosamente con la mano.
—¡Ahí está, la descarada! —chilló la esposa, con los ojos
desorbitados—. ¡Te lo dije! ¡La mujer desnuda!
Al ver a Tamara (ella tenía un cuerpo esbelto, aún
joven), el hombre se quedó atónito.
—Ya veo, veo... —balbuceó, embelesado—. ¡Desnuda!
¡Hermosa! ¡Te quedarás conmigo! Vivirás aquí conmigo...
Exaltado, enloquecido, frenético extendió las manos hacia
Tamara y le agarró las muñecas con fuerza.
—Conmigo, conmigo... No irás a ninguna parte... Vivirás
conmigo... —repetía como un lunático.
Tamara intentaba desesperadamente de zafarse de sus
tenaces manos. En ese momento, su esposa le golpeaba la espalda con un rodillo
de madera.
—¿De qué hablas, bruto? ¿Cómo que contigo? ¡Perro!
—gritaba la mujer.
Finalmente, Tamara logró liberarse y salió volando al rellano.
Antes de poder recuperar el aliento, corrió hacia la puerta derecha, pero aquella
seguía cerrada. “¿Qué hago? ¿Qué hago?”, la pregunta le latía en las sienes. Se
oyeron gritos salvajes tras la puerta izquierda. Tamara oía cómo la gorda
gritaba “socorro”, “me está matando”, “me duele”, “ayuda”; ella temía que el
hombre saliera de la casa y le hiciera algo malo también a ella.
Pero de repente, sonó el teléfono en el departamento de
la derecha. Al principio, Tamara no podía creer lo que oía, pero sí, era
cierto: el molesto timbre del teléfono. La mujer tiró del picaporte con
vacilación, la puerta cedió y ella entró. “¡Salvada!”, pensó, y en ese preciso
instante despertó.
El teléfono no paraba de sonar en su casa. Sin comprender
aún del todo, saltó de la cama y corrió para contestar. Era su hermana mayor,
que la llamaba para contarle que Nicolás, su sobrino, había cogido sarampión.
Escuchando las quejas de su hermana, Tamara se miró
involuntariamente las muñecas, cubiertas de moretones. Decidió que más tarde
buscaría en internet algo sobre sueños realistas, o como se llamaran. Sin
embargo, tras la conversación, el torbellino de la vida cotidiana la abrumó, y
unas horas después se olvidó por completo de su pesadilla.
Ella nunca supo que el 14 de julio de 197... Aleksander
K. golpeó a su esposa hasta la muerte con una tetera esmaltada. Durante la
investigación, negaba su culpabilidad y afirmaba constantemente que una mujer
desnuda que un día apareció misteriosamente en el umbral de su cocina lo volvió
loco, por eso cometió el crimen. No sobrevivió hasta el veredicto final: se
ahorcó en su celda.
María
Exit
Elery miró con atención a Eduard Redmyne y le preguntó si se confesaba
culpable.
—Por supuesto, inspector, está de más confesarlo porque usted ya sabe toda
la verdad.
—Así es, mi querido amigo, pero hay algo que todavía no ha dicho y…
—¿Se refiere a lo de la puerta?
—Digamos que sí, creo que fue una forma de acelerar las cosas, ¿por qué
tenía tanta prisa de que le encontrara?
—Le parece banal, ¿no? Pero ha de saber que fue un chispazo de buen humor,
una broma del destino que me llegó que ni pintada. Me pareció gracioso dejarle
esa pista en el párpado. ¿Sabe? Era absurdo que esa pegatina se encontrara
allí: en el lugar y momento precisos. La cogí y se la pegué en el ojo, y me
dije, que busque en esa jodida mente retorcida, que…
—Bueno, eso es divertido, pero lo que realmente me gustaría saber es
¿cuánto tuvo que esperar para perpetrar su venganza?
—Mire, siempre he sido una persona con principios. Cuando empezaba con mi
grupo, la competencia era enorme. Cada vez que hacíamos una canción, de esas
que enganchan, empezábamos a buscar a alguien que nos la promoviera en una disquera,
pero no nos aceptaban nada. Decían que era buen rock y que eran originales,
pero no del gusto de la gente. ¡Jodidos cabrones! ¡Hubieran probado al menos! Pero
a ningún estúpido se le ocurrió.
—Sin embargo, al final, lo logró, ¿no?
—Sí, sí, claro. Era un día mágico, ¿sabe? Lo sentíamos en el aíre. John el
baterista levantó el teléfono y se quedó así— Eduard se quedó inmóvil con los
ojos saltones y la boca abierta—. Luego se giró y nos dijo: “!Chicos, chicos!
Nos aceptan Big Word. Estábamos eufóricos, locos de alegría. Ahora pienso que
teníamos que haber recapacitado, pero éramos jóvenes, teníamos hambre y
queríamos triunfar costara lo que costara y ese maldito ladrón se aprovechó.
—¿Pero, ¿qué tuvo que ver el gordo Dan en esto? ¿Se merecía que le hiciera
eso?
—¡Ah! ¡Ese puto Dan era una mierda! —Eduard hizo un gesto de hastío y luego
de su cara salió una nube verde de hiel. Se le desfiguró la cara y apretó los
dientes—. ¿Sabe que cuando hicimos la audición nos aduló hasta hacernos sentir
como en el puto paraíso? Van a ganar un pastón, van a ser tan famosos como los
Beatles, prepárense para vivir a toda máquina, muchachitos.
—Pero ganaron bastante con él, ¿no? Por cierto, me encantan tus canciones, Eduard,
tu voz es privilegiada.
—Es un don, pero a cambio Dios me quitó un trozo de cerebro. ¡Joder! ¡Si
solo le hubiera echado un vistazo al contrato, lo habría entendido todo y no
habría perdido veinte años a lo estúpido!!No habría tenido que andar mendigando
lo que me pertenecía!
—¡Ah! ¿Te refieres a los derechos de autor?
—Sí, exactamente. Resultó que el maldito gordo se aprovechó de nuestra
euforia para tramar su plan. ¡Que bien sabía lo que le había caído del cielo!!Maldito
cabrón!!Ojalá y se esté pudriendo en el infierno!
La camarera que los había estado evitando, se acercó temiendo que Eduard
fuera a empezar un escándalo y les preguntó si deseaban pedir algo más. Elery
pidió un café y Eduard una cerveza. La camarera miró con una mirada temerosa a
Elery, pero este asintió con un movimiento de cabeza.
—Eduard, pero tus relaciones fueron muy buenas con él, ¿verdad?
—¿Está bien del coco, inspector? Ese cerdo nos estuvo mareando, nos daba
las ganancias de los conciertos, pero lo que dejaban las ventas de los discos
se lo quedaba casi completo. Un día saqué el contrato y le dije que cambiara
esa cláusula de los derechos de autoría. Lo amenacé con dejar de grabar, pero
me restregó el maldito papel en la cara y me gritó:
“!Mira, estúpido cabeza hueca. !Aquí dice que todo lo que hagas me
pertenece, ¿lo ves? ¡Me pertenece!¡Si los quieres de nuevo, cómpramelos!”
Inspector, estaba atrapado. Juré que un día lo mataría. Al principio solo
era odio, pero la idea fue cuajando. Se fue engendrando un pequeño monstruo que
al final se liberó de sus cadenas y salió a cometer el asesinato. Incluso,
ahora mismo, siento como si hubiera sido ese extraño ser el ejecutor de la
masacre, pero sé que fui yo mismo, estaba poseído por ese ser maléfico y cruel
que se encubó durante largos años.
—Te ensañaste, Eduard, no era necesario que hicieras aquello, tantas puñaladas...
Con un buen golpe de cuchillo al corazón y, quién sabe, tal vez con la pura
amenaza, ese gordo embaucador se habría muerto de miedo y…el remordimiento,
claro, habría sido decisivo. Todo mundo sabía que estaba aterrado por la idea
de que lo liquidarás. ¿sabes? Su ayudante Jimmy y su secretaria, la señora Judy,
nos lo contaron. El desgraciado Dan se escondía cada vez que alguien llegaba a
su despacho y los últimos años ni siquiera iba a la oficina. ¿Cómo lograste que
te recibiera en su despacho?
—¡Ah!!Eso! Pues, fue cómo engañar a un niño con un dulce. Le dije que
estaba buscando una disquera para un joven talentoso que prometía. Le puse la
grabación de un ensayo que me había dado un amigo al cual ayudo siempre que
necesita sabios consejos, inspiración y entender la música del pasado. Se la
mandé y alucinó. Me cito para el domingo por la mañana, pero qué le voy a
contar, si ya sabe todo.
—Bueno, Edy, no sé qué hacer, ¿sabes? La ley me exige que te arreste y te
lleve a prisión, pero el sentido común me dice que tu condena ya ha sido
cumplida—Hizo una larga pausa, miró el aspecto aliviado de Eduard y le dijo: “Te
interesaría una vía de escape? Tengo una
coartada…”
2 comentarios:
Hola, Juan Cristóbal. Tu cuento me pareció bastante interesante. Es la pregunta de siempre, si hay que separar al artista (es decir al hombre) de su obra. Puede ser buen actor, escritor, cantor, pero al mismo tiempo una mala persona. Además hay algunos crimenes que son justificados, ¿pero su asesinato está dentro de esta categoría? Son los detalles que me parecieron curiosos.
Pero al mismo tiempo me quedaron unas dudas. Para mí la puerta del reto, es, en tu historia, una puerta metaforica, "puerta de salida", el "exit" que le da el inspector al personaje. Pero, entonces, ¿de qué puerta habla Eduard Redmyne en el principio? ¿Por qué el inspector está interesado en ella? ¿O la pegatina era con la imagen de la puerta? Estas cosas no me quedaron muy claras en realidad.
Saludos :)
Hola, María, al principio Eduard pregunta si el inspector se refiere a la pegatina que él dejó como una señal en el ojo de la víctima para que el encargado del caso pudiera penetrar en su mente. Con respecto a tu cuento, me parece muy interesante la figura de la mujer desnuda en el sueño. Es como si el inconsciente dejara que la mujer se paseara a sus anchas sin ropa, pero los complejos o traumas psicológicos aparecen en forma de una mujer gorda que reprime y el acosador, el marido de la mujer gritona, todo es un buen recurso para hacer más amena la historia. Saludos
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