Escribir un cuento con las palabras esmeralda, pétalos, lluvia y amor.
El género es libre, así como el número de personajes.
Reto adicional:
La escena o historia puede trasncurrir en un lugar inhóspito y los personajes fantásticos o fuera de lo común.
El número máximo de palabras es de 1000
🗓 Fecha límite de entrega: 12 de abril.
¡Manos a la obra! El mundo necesita sus palabras.
envía tu texto a:
cristobaleh@hotmail.com
No solo había perdido la concepción del tiempo, también había desaparecido su
voz de barítono que desde la adolescencia lo había torturado tanto. El problema
era que las palabras ahora se distorsionaban y lejos de entenderlas, las
imaginaba. Los verdes bosques y transparentes ríos se dibujaban como verdes
bosqueados y transparencias ríantes. Lo entendía, pero no era capaz de
imaginarlo, era como si la lógica se hubiera retorcido. Caminó hacia el lago
donde se había encontrado la primera vez con Olivia y el esmeralda de sus ojos
lo había obsesionado locamente.
El camino era recto, pero al andar las agitaciones se hojeaban, los trinos
se pajareaban y las parvadas de acantistidos, la especie de aves más bella,
giraban como esferas de plumas siguiendo las trayectorias de las bolas de
beisbol. El aire estaba tibio y su roce con las afiladas piedras se convertía
en silbidos terrosos. En lo profundo del bosque distinguió las luces celestes
que emitían rayos fosforescentes como cerillas mojadas en la noche. Lo que más
lo asombró fue que al bajar la vista buscando los pétalos de las flores
silvestres, se encontró con unos helechos felpudos como caracoles. Una lluvia
de polen le nubló la vista.
Algo no andaba bien. Esos efectos de quimioluminiscencia, esos caracoles
peludos y la voz muda nunca se habían incluido antes. Siguió adelante sin
sentir los pies, sin ser consciente de su cuerpo. Era guiado por la inercia. Se
acercó a la orilla ocre de la albufera y la vio. Olivia caminaba despacio.
Llevaba un maorí nuevo que hacía destacar su figura. John se estremeció un poco
y se detuvo para apreciarla mejor. La había perdido hacía unos años y no quería
dejarla ir de nuevo. Ella lo reconoció y fue a su encuentro. Su pelo largo se
agitaba con el viento, sus hermosas piernas iban dejando un camino dorado de
granos. De pronto, ella comenzó a hacer muecas y lo llamó Ariki. “Mi jefe, piedad,
mi jefe, piedad”—gritaba ella acercándose sin dar crédito a sus ojos.
El encuentro no fue placentero. Los arroyó una avalancha de amor acre y
enfermo que despertó el brillo del sol y los destellos de las estrellas
acuáticas que danzaban como pequeñas bailarinas. En un abrazo permanente se
quedaron en la hierba hasta que se retiró el sol. No intercambiaron palabras,
pero John sabía que le había concedido el perdón. Podría estar tranquilo en el
futuro, aquel acto noble lo redimiría.
Se sentó y miró el horizonte. Reinaba la calma y sentía la felicidad. No
podía entender cómo había sido capaz de cometer un acto tan brutal en el
pasado. De pronto, su vista se apagó. En un breve espacio de tiempo fue teletransportado
a una cama. Estaba de nuevo en el consultorio. No quiso abrir los ojos y
escuchó la voz del hombre que estaba junto a él.
—Lo siento, estimado John—dijo con voz tranquila—, el tiempo se ha
terminado, pero hemos podido llegar a ese lugar y librarnos de ese suceso
traumático. Es un gran logro, ha puesto mucho de su parte.
—Sí, Dr. Es verdad, ya no siento el remordimiento.
—Sí, John. He de decirle que hubo un pequeño problema con el programa. Por
un momento hubo una interferencia que afectó el envío de datos y es posible que
haya escuchado cosas raras e ilógicas.
—Lo noté, sí que lo noté, pero me vi imposibilitado totalmente, aunque no
fue desagradable. Fue una sensación extraña.
—Le prometo que no volverá a pasar, aunque tal vez…Bueno, usted me entiende
John…
—Sí es verdad, Dr. Creo que no tendría sentido someterme a más viajes de
estos.
—Pues, bien, querido amigo. Le agradezco que haya tenido tanto valor y
paciencia.
—Era el deseo de olvidar aquel suceso tan triste. Ahora, por cierto, no
siento nada al recordarlo, incluso creo que poco a poco lo olvidaré.
—Eso es una muy buena noticia, además podrá estar seguro de que ya no
cometerá más asesinatos. Vaya en paz.
John sonrió, esperó pacientemente a que le desconectaran el casco con los
electrodos. Se incorporó, se quitó la bata, se vistió, le estrechó la mano al
doctor. Salió tranquilo, sus pasos se aligeraron y no pudo echar a correr. Dos
guardias lo estaban esperando. Lo esposaron y lo subieron a una camioneta. En
el trayecto John llevaba la vista fija en sus manos. Respiraba tranquilo y
pensó que por fin podría cumplir su condena en paz.
JC
“Colonizadores”
Esa mañana él se despertó más temprano de lo habitual.
Tratando de no hacer ruido, se levantó de la cama y de puntillas fue a la
cocina. Las amplias ventanas de su bioestación espacial ofrecían una vista
maravillosa de toda la zona. Los numerosos soles aún no habían salido y era
agradable observar el cielo alto, que brillaba en tonos púrpura y naranja.
Vertió agua caliente en una bolsita etiquetada como "café" y puso los
pétalos de frutas liofilizadas en un plato. La comida espacial era repugnante,
pero era el único desayuno en la cama que podía prepararle allí.
Pronto sonará la alarma y ella se despertará para conquistar
un nuevo día. Tan decidida, tan perseverante... Durante dos décadas la había
seguido por los lugares más inhóspitos. Había recorrido desiertos donde el
calor insoportable hacía derretir el cerebro y derramar los ojos, había vivido
en selvas tropicales donde la lluvia interminable enmohecía hasta los huesos,
había subido a las cimas de las montañas más inaccesibles y había descendido a
las profundidades de los océanos del mundo. Y ella siempre
igual: una conquistadora incansable, una pionera indomable; siempre en el
centro de atención, siempre rodeada de un sinfín de hombres.
Hace unos meses ella se inscribió a una misión de
colonización. Naturalmente, él fue con ella. Su
objetivo era encontrar algunos organismos vivos en este planeta distante, y
aparentemente exánime. Vivirían uno al lado del otro, compartirían la cama y el
techo, se convertirían en Adán y Eva en ese mundo lejano que, un día, cuando la
Tierra finalmente caiga en desuso, podría convertirse en un paraíso para toda
la gente. Su misión durará tres años, aunque en caso de éxito podrán regresar
antes...
"En caso de éxito...", él se rio para sí mismo.
Cerca del tubo de mermelada de frambuesa, un escarabajo con alas de color
esmeralda se arrastraba lentamente, moviendo sus patas. Sin dudar, lo aplastó
con el pulgar. Luego limpió los restos del caparazón y las entrañas con una
servilleta.
Al final de cuentas, para él el amor siempre fue más
importante que la exploración espacial.
María :)
Se llamaba Esmeralda.
No era nada raro para un periquito de color verde.
Su primer recuerdo era el
calor y la suavidad de su madre. La
acurrucaba con su barriga plumosa y cálida. Ese calor era amor verdadero.
La mimaba y le rascaba suavemente con su pico.
Cuando Esmeralda pudo abrir los ojos y ver por primera vez a su madre, adivinó la
claridad de su plumaje. Era el
mismo que el cielo de verano.
Esmeralda y sus hermanos crecieron rápidamente. Siempre tenían hambre y por
eso piaban sin parar. En unos pocos días, pasaron de parecer rosados
dinosaurios a ser pajaritos de colores. Todos eran
iguales, del color del cielo de verano, como su adorada madre.
Y solo Esmeralda se volvió de color verde.
El nido se quedó demasiado
pequeño para la familia, que crecía tan rápido.
Esmeralda y sus hermanos se amontonaban cerca de la salida del
nido, pero nadie se atrevía a salir. El mundo fuera del
nido era muy divertido, pero también aterrador: era frío y luminoso,
muy distinto de su hogar. Su mundo estaba limitado por
barrotes. En ese momento, Esmeralda todavía no sabía que vivía en una jaula.
Su madre empezó a
pasar mucho tiempo fuera del nido y a traer cada vez menos comida.
Un día, Esmeralda se atrevió a salir. Extendió sus pequeñas alas
y saltó… pero cayó al suelo de la jaula. El
pecho y las patas le dolieron mucho. El mundo fuera del
nido era atroz. De pronto, apareció alguien enorme. Unos tentáculos
rosados y
rugosos se metieron en la
jaula, agarraron a Esmeralda y la pusieron de
vuelta en el nido. Ella estuvo a punto de morir de terror. En
el nido, sus hermanos la rodearon. «¿Quién era?», le preguntaron. «El de la piel
rugosa», respondió Esmeralda.
Los días pasaban rápido.
Los hermanos y Esmeralda ya no se diferenciaban mucho de su madre. Ya volaban
con habilidad, comían mijo sin ayuda y huían ágilmente de
los tentáculos rosados que les llevaban comida
y agua a la jaula. Una vez, Esmeralda, armándose de valor, se
sentó sobre uno de los tentáculos. Era cálido, pero no tanto como los periquitos.
Intentó picarlo, pero no pudo arrancar ni un pedazo. El de la piel
rugosa se alejó y volvió con una espiga deliciosa.
Esmeralda se la comió entera. Ese fue el primer día en que oyó su
nombre. A sus hermanos les daba miedo no solo sentarse sobre los
tentáculos, sino incluso acercarse a ellos. Desde entonces, comenzó una
amistad. Los tentáculos obsequiaban a Esmeralda con algo
rico cada día. A ella le gustaba jugar con ellos: fingía
atacarlos y los mordisqueaba con su pico, pero con mucha suavidad.
Un día, el de la piel
rugosa no vino solo. Lo acompañaban otros
seres enormes. Uno de ellos no era tan grande, pero se comportaba de
modo extraño: corría, hacía ruidos e incluso golpeaba los barrotes con
sus pequeños tentáculos. Al final, metió uno
en la jaula. A Esmeralda no le dio miedo. Sin pensarlo, se acercó y se
posó en él. Lo que pasó después fue un horror: los tentáculos pequeños la
agarraron y la sacaron de la jaula. El corazón de Esmeralda latía con fuerza.
Para defenderse, los mordió con toda su furia. Los tentáculos se abrieron,
y ella escapó. Pero no tardaron en atraparla y meterla en
una caja. Esmeralda intentó salir, gritando desesperada. Oyó
los gritos aterrorizados de su madre y sus hermanos.
Oyó que el de la piel rugosa la llamaba por su nombre…
y todo
se oscureció.
La llevaron en la
caja, y ella permaneció callada. La metieron
en una jaula nueva, y siguió en silencio. Ni siquiera emitió
un sonido cuando le dieron las espigas deliciosas. Su nueva jaula estaba junto
a la ventana. Cada día, las bandadas de gorriones cantaban alegremente unas melodías sencillas,
pero ella se mantenía muda. Los de la piel
rugosa perdieron el interés por un pájaro tan
triste y aburrido como una lluvia de otoño. Un día olvidaron darle
agua. Otro día, no le dieron comida. A veces veía
al de
los tentáculos
pequeños, que ya no era tan bajito y había crecido.
La llamaba por su nombre y silbaba para animarla, pero Esmeralda se alejaba y
guardaba silencio.
Un día, se sintió mal.
No tenía ni fuerzas ni ganas de comer. Nadie notó que algo le ocurría al
pájaro apático. Al día siguiente, la encontraron tendida
y sin vida. Su último refugio fue la sombra de un árbol.
Las flores esparcían sus pétalos sobre
su pequeña
tumba. Los pétalos eran del mismo color que el cielo de verano.
El sol calentaba la tumba con sus rayos. Ese calor era amor
verdadero.
UN CUADERNO
Mi tía
abuela Angelina murió en un día de lluvia silenciosa y como recuerdo suyo me
quedó un cuaderno muy grueso con páginas y cubiertas de cartón de un color
arenoso, al parecer de manufactura artesanal.
Pero antes
de seguir hablando del cuaderno, debo contar que me sorprendió enterarme de que
hacía tiempo que había vendido su casa; también me resultó extraño descubrir
que no poseía ya casi nada más que su cuaderno y los lápices y plumones con que
iba llenando esas páginas. Una simple sorpresa, nada más. Cuento con lo
necesario para vivir y el tema de su “herencia” fue algo que siempre evité en
nuestras charlas.
Al entierro
asistieron pocos: unas cuantas personas a quienes no conocía. Y yo como único
pariente. Ahí, en el cementerio, los nuevos propietarios de la casa se me
acercaron y me pidieron que, al terminar, fuera con ellos porque tenían que
explicarme algo. En realidad, no había mucho que explicar, me mostraron los
documentos de la compra y me entregaron el cuaderno, un estuche de madera con
sus útiles de dibujo y un pequeño tubo de cartón vacío que supongo usaba como
portalápices. No le pertenecía nada más, ni el mobiliario de su habitación. Le
permitieron vivir ahí hasta su muerte porque con esa condición se había
realizado la venta. Ahora pienso que tal vez en el cuarto se quedaron algunas
otras cosas de uso personal, pero en aquel momento no se me ocurrió preguntarlo.
Me llevé el
dichoso cuaderno y debo confesar que lo tuve guardado unos tres años, acaso
temiendo que, al abrirlo, se me revelaran sus quejas y sufrimientos. De la
familia solo quedábamos ella y yo, y mis visitas no eran muchas, ni muy largas.
Sin darme cuenta, me fui alejando. Al contrario de lo que hacía de niño, que
siempre pasaba a verla después de la escuela, y ella me recibía cariñosa y
charlábamos sin parar.
Mis temores
eran vanos porque no resultó ser un diario, en el sentido estricto de la
palabra, sino ciertos apuntes en los que incluía dibujos de las flores que
encontraba y a las que desprendía, quiero pensar que con sumo cuidado, uno de
sus pétalos para adherirlo en algunas páginas, aunque muchas de las flores
dibujadas tienen forma de espigas o hilos o pompones y semejan más bien
gusanitos, arañuelas o algodoncillos coloridos, en los que hubiera sido
imposible añadir un pétalo inexistente en la flor real.
En nuestra
ciudad no es difícil ver muros cubiertos de buganvilias o encontrar en sus
parques y jardines rosas, gerberas, nomeolvides, tulipanes, jacintos, azucenas
o alcatraces. Sin embargo, cuando empecé a hojear su “diario de flores” me
intrigaron los nombres de plantas que nunca había escuchado antes y que, por
supuesto, no crecen en la ciudad: bejuco prieto, hierba mansa, pata de vaca,
espinosilla, clavellina del poeta, chipil, popotillo plateado, conchita maguey,
garambullo, colorín norteño, chícharo escarlata, algodoncillo y tantas otras.
Debió caminar bastante o incluso viajar para descubrirlas entre la vegetación
silvestre de las afueras o de pueblos aledaños.
Obviamente,
la intención no era crear un herbario puesto que sus páginas no guardan tallos
ni hojas disecadas, excepto un pétalo de tanto en tanto; tampoco es un diario
de un aficionado a la botánica, ya que no lleva descripciones de la planta,
nombres científicos o el lugar en que fue observada. No soy ningún especialista
en plantas, por lo que no veo muy claro cuáles le interesaban y no hay ninguna
introducción que lo explique. Lo único que he notado es que mi abuela dividió
cada página del cuaderno en dos y a cada mitad le fue asignando un día y una
flor, sin repetir ninguna o eso me parece.
Aunque no
fuera muy moderna, ella no era tan ignorante como para no saber que en
cualquier librería se puede adquirir algún volumen con ilustraciones sobre la
flora autóctona, así que no entiendo qué obsesión la impulsó a escribirlo día
tras día desde la muerte de mi tío, su hijo menor, hasta un poco antes de su
propio fallecimiento. ¿La soledad era tanta que necesitaba recorrer kilómetros
entre matorrales para hallar el consuelo de esas pequeñas “llamas de vida”? (Llamas
de vida, así menciona a las flores del nopal arrastradillo, flores de un
rojo intenso en su dibujo como si realmente ardieran bajo el sol.)
Según las
fechas fueron casi dos años de... ¿caminatas?, ¿excursiones? Me pregunto si
dibujaba en el mismo sitio o lo hacía al volver a casa mientras cenaba (es más
que probable que no volviera para el almuerzo) en un comedor que debía ser
demasiado grande para ella sola. No logro imaginármela, a su edad, sentada en
medio de la nopalera o bajo un huizache observando sus floridos gusanillos o
recorriendo las faldas de algún cerro para detenerse de pronto al descubrir
entre la maleza un racimo de flores de un amarillo muy vivo y de pétalos casi
transparentes.
A partir de
la “lectura” de su diario, descubrí que mi abuela (como le gustaba que la
llamara), sabía dibujar, que tenía resistencia bastante como para llevar a cabo
largas caminatas, según la localización que he encontrado en internet de
algunas de las plantas; no obstante, nunca vino a visitarme, seguramente porque
en realidad no llegué a invitarla y su educación no le permitía ir a ningún
lado sin previa invitación.
No escribía
párrafos propiamente; sin ninguna mayúscula, pero con la misma minuciosidad de
sus dibujos, trazaba unas cuantas palabras, por ejemplo, viento esmeralda,
palos danzarines, borlas de amor, cuernos de venados diminutos,
bostezos de jaguar y, muy de vez en cuando, formaba dos líneas con
palabras como tintinear de campanas anaranjadas bajo la mirada cristalina
del cielo. Al principio, antes de leer esas frases más largas, me parecían
otros nombres populares de las plantas, pero ahora estoy convencido de que se
trata de la impresión que le causaban. Qué lástima que no hayamos hablado de
eso.
Conservaré
el cuaderno, aunque no lo entienda.
HG
11 comentarios:
María- Colonizadores.
Me parece un buen texto, tiene un buen rítmo y el final es ingenioso. A pesar de que el tema es de, podría decirse, ciencia ficción, la escena es bastante romántica.
algunas sugerencias:
Ajustes de puntuación: "Esa mañana, él...", "de puntillas, fue...".
Corrección de tiempos verbales: "sonará" por "sonaría" y "se despertará" por "se despertaría"
Un ajuste: "se inscribió o se ofreció como voluntaria a..."
Consistencia temporal: "cayera en desuso" para mantener el estilo narrativo en pasado.
A fin de cuentas o sea como sea- para él el amor es...
Gracias por participar.
Hola, JC y María. Los dos cuentos me parecen muy buenos y creo que ambos cumplen perfectamente con el reto. Es curioso, pero a mí el de "Colonizadores" no me parece romántico, tal vez porque el protagonista piensa solo en sí mismo, aunque hable de amor ;)
De cualquier forma, me ha gustado leer ambos textos y me han parecido interesantes.
Saludos
Muchas gracias por la lectura y la crítica. Saludos.
¡Muchas gracias por el comentario y por las correcciones gramaticales, Juan Cristóbal!
¡Muchas gracias, Hilda! Y sí, yo más bien pensaba de alguna relación enfermiza, como dice la canión "no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión..." :D
Esmeralda- Katia
Logras transmitir muy bien los sentimientos de Esmeralda, desde su inocencia inicial hasta su tristeza final. La comparación del plumaje de su madre con el "cielo de verano" es poética y efectiva.
Contar la historia desde la perspectiva de un periquito le da frescura y permite explorar temas como el cautiverio, el miedo y la pérdida de una manera única.
La primera parte (infancia de Esmeralda) es muy detallada, pero el final parece apresurado. Sería bueno desarrollar más su proceso de adaptación (o falta de ella) a la nueva jaula, su soledad y cómo llega a perder las ganas de vivir.
Hay momentos en que el narrador parece saber más que Esmeralda (como cuando menciona que no sabía que vivía en una jaula). Si quieres mantener una perspectiva totalmente subjetiva, podrías evitar esas revelaciones externas.
Explora más el contraste entre libertad y cautiverio** – Los gorriones que cantan fuera de la ventana podrían ser un símbolo más fuerte de lo que Esmeralda nunca tuvo.
Sugerencias
- Dale más peso a su silencio – ¿Fue solo tristeza o también una forma de protesta? Podría añadir capas a su personaje.
- Podría tener un momento de esperanza frustrada– Quizá en la nueva jaula intentó cantar al principio, pero al ver que nadie la entendía, se rindió.
Me ha gustado tu cuento. Gracias.
¡Qué bien que vaya creciendo el Reto 1! Por el comentario anterior veo que el autor del nuevo cuento es Katia.
Muchas gracias por compartirlo, Katia. Me ha parecido muy interesante. Estoy de acuerdo con Juan Cristóbal en que logras transmitir muy bien los sentimientos de Esmeralda, pero yo no veo que sea ella quien lo cuente (lo digo no como crítica al texto, sino por el comentario de nuestro compañero); en mi opinión, en todo el relato hay solo un narrador omnisciente, interrrumpido una vez por la cita de un pequeño diálogo de los pajaritos, aunque es verdad que su mirada cambia y en ocasiones nos cuenta las cosas desde la perspectiva del periquito y otras de manera más amplia. Así como tenemos el texto, Esmeralda podría contarnos su propia historia únicamente si fuera un fantasma ;)
En cuanto a que el final parece un poco apresurado, creo que se debe al límite de extensión. En este caso lo único que puedo recomendar es que primero escribas toda la historia sin pensar en la cantidad de palabras y luego, al revisarla, vayas recortando lo que no es indispensable, hasta llegar a la cantidad justa :D
Saludos y nuevamente gracias por compartirlo.
H- El cuaderno.
Siempre que leemos algo que se ha encontrado en un cuaderno pensamos en una obra maestra, una confesión o un secreto, entre otros. Tal vez ese recurso se ha convertido en un cliché para mostrar personajes que se hacen famosos o ricos después de leer el dicho cuaderno, sin embargo en esta historia hemos encontrado una descripción muy buena de la flora de ¿México? no lo sé, pero es asombrosa la cantidad de flores y plantas que se describen en la historia. Además la simpleza con que se describe la vida y los hábitos de esa tía que, al final, vivía asilada en una casa ajena nos conmueve, ya que imaginamos las penurias que habrá pasado en su vida. Buen trabajo.
Gracias por el comentario.
Hola, Hilda. Me gustó mucho tu texto. Está bien escrito desde la perspectiva del personaje. Para mí, como lectora, quedaron muchas dudas sobre la vida enigmática y el comportamiento inimaginable de la abuela. La palabra "abuela" es casi sagrada, y solemos pensar que son muy buenas y santas, pero quién sabe qué secretos se llevó ella a la tumba. Además fue interesante conocer muchos tipos de plantas. Saludos :)
Hola, María. Gracias por el comentario. Espero que no te hayas desesperado mucho con la cantidad de plantas. Y en cuanto a la abuela, creo que la verdad es que todos nos llevamos algún secreto a la tumba y los que se quedan no siempre saben o quieren reconocer las pistas ;) Saludos
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